sábado, 18 de agosto de 2012

Un error político sin justificación moral alguna


































TODAVÍA SOBRECOGE recordar cómo en julio de 1997 el etarra Josu Uribetxeberria Bolinaga, ya capturado por la Guardia Civil, se negó a revelar en aquella nave de Mondragón que el funcionario de prisiones Ortega Lara estaba escondido en un zulo inmundo bajo sus pies. «Pues que se muera de hambre ese carcelero», fue su contestación ante la interpelación de los agentes para que les dijera el paradero de Ortega.
Algunos pueden pensar que la previsible puesta en libertad provisional del terrorista tras la concesión del tercer grado demuestra la superioridad ética del Estado frente a la barbarie. Pero no es cierto, porque la aplicación práctica de ese sentimiento moral corresponde siempre a la legalidad. Y nuestras leyes no imponen la concesión automática de esos beneficios ni siquiera por razones humanitarias. Bolinaga no está en fase terminal aunque padezca un cáncer irreversible, por lo que podría continuar recluido en un hospital penitenciario. Muchos presos han fallecido en esos establecimientos sin que se haya incumplido la ley.
La izquierda española nunca ha renunciado sinceramente a la lucha armada, a la violencia como medio para el logro de su único fin ansiado, el Poder. El poder de someter al pueblo por la fuerza Al proponer la excarcelación, Interior incurre en una tremenda contradicción. Admitiendo tácitamente su falta de argumentos más allá de las razones médicas, le sugiere al juez una serie de condiciones que deberá cumplir Bolinaga si decide concederle la libertad condicional, pero se olvida de los requisitos básicos para que un preso pueda acogerse a ella: la buena conducta y un «pronóstico individualizado y favorable de reinserción social». La mala salud del terrorista no vacía de contenido esta última condición si se lee en el sentido de mostrar su arrepentimiento y respeto a las víctimas.
Porque Bolinaga no cumple ni lo uno ni lo otro. Celebró con presos argelinos el 11-M y se comportó de manera abominable durante su juicio oral, mofándose de Ortega Lara. Además, el etarra nunca ha dado muestras de arrepentimiento. Es muy significativo que despidiera su comunicado del miércoles con el mismo aurrera bolie -«Adelante la pelota»- que utilizaba Txomin para alentar la lucha armada. Pero si al juez de Vigilancia Penitenciaria le quedan dudas para decidir sobre ese «pronóstico de reinserción», sólo tiene que leer el auto por el que Pedraz prohibió ayer la manifestación en apoyo del etarra convocada para hoy en Bilbao. Según el juez, tiene por objeto «un fin ilícito: ensalzar al que ha sido condenado como colaborador o integrante de la organización terrorista ETA». Bolinaga sigue siendo un terrorista que no se ha arrepentido, no ha perdido perdón a las víctimas y no quiere reinsertarse. Pero va a salir de la cárcel.
Que el carcelero de Ortega ha sido el arma de la izquierda abertzale para presionar al Gobierno lo demuestra que Bildu afirmara ayer que pedirá la libertad de otros 13 reclusos etarras con enfermedades graves. Es la conclusión de este triste episodio: el Gobierno no estaba abocado a excarcelar irremediablemente a Bolinaga -como muestra ese «los penados enfermos muy graves podrán ser clasificados en tercer grado» del artículo 104.4 del Reglamento Penitenciario- aunque pretenda hacernos creer lo contrario. Ha cedido a la presión de la izquierda abertzale ante el miedo a una huelga de hambre masiva de presos etarras. No hay más que ver la alegría del entorno etarra por ello. Se entiende que las víctimas digan que «nos tendremos que poner en huelga de hambre para conseguir algo».
epsimo y EL MUNDO

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