El fundador de Wikileaks no hizo ninguna referencia a la causa que tiene
abierta y se limitó a dar un mitin para sus seguidores. En sus
circunstancias, sólo a un megalómano se le ocurriría aparecer como
adalid de la libertad de expresión y dirigirse al presidente de EEUU
para decirle cómo debe actuar. Assange exigió a Obama que excarcele a
Bradley Manning, el soldado acusado de alta traición por revelar
información secreta, a quien calificó de «héroe». Pero ni siquiera
cuando el New York Times publicó con autorización judicial los Papeles
del Pentágono sobre la Guerra de Vietnam -cuyo interés informativo era
muy superior a los cables de Wikileaks-, se puso en duda que el
funcionario que los había entregado había cometido un delito. Y de
hecho, Ellsberg fue juzgado por ello.
Assange llegó a equiparar ayer a Obama -un símbolo para millones de demócratas en todo el mundo- con el infame senador McCarthy. «Pido a Barack Obama que haga lo correcto, que renuncie a la caza de brujas contra Wikileaks», dijo, comparando la persecución del delito de revelar secretos con la depuración indiscriminada de ciudadanos llevada a cabo hace 60 años en EEUU por las sospechas de que simpatizaban con el comunismo. El discurso de Assange, profundamente ideológico, no resiste el análisis. No puede tratar de convencer al mundo de que Ecuador es un modelo de defensa de la justicia y que quienes le piden que se someta a la ley -dos ejemplos de democracia consolidada como Gran Bretaña y Suecia- no ofrecen garantías al ciudadano.
En su intervención, el australiano dio síntomas de mesianismo, como cuando dijo «no puedo estar con vosotros», «traéis los ojos del mundo hasta aquí» o «después de esa noche [en la que Londres amenazó con entrar en la embajada] salió el sol y el país de Ecuador hizo justicia». En ese mismo tono intentó establecer casi una relación de causa efecto entre libertad de expresión y Wikileaks, tratando de unir el devenir de la democracia a su propio futuro: si él pierde, perderá todo el mundo.
Su elección de Garzón como abogado defensor sólo puede acentuar tales ensoñaciones. Estamos ante dos personas que han decidido hacer de la justicia universal la llave para obtener su minuto de gloria, por más que el derecho de asilo que invocan sólo es de aplicación a quienes son perseguidos por motivos políticos, no por delitos comunes, como es el caso. Garzón solicitó ayer «unas garantías mínimas» que dijo que hoy no se dan para permitir la extradición de Assange. Rizando el rizo del absurdo, es el prófugo quien trata de poner condiciones a la Justicia.
Assange llegó a equiparar ayer a Obama -un símbolo para millones de demócratas en todo el mundo- con el infame senador McCarthy. «Pido a Barack Obama que haga lo correcto, que renuncie a la caza de brujas contra Wikileaks», dijo, comparando la persecución del delito de revelar secretos con la depuración indiscriminada de ciudadanos llevada a cabo hace 60 años en EEUU por las sospechas de que simpatizaban con el comunismo. El discurso de Assange, profundamente ideológico, no resiste el análisis. No puede tratar de convencer al mundo de que Ecuador es un modelo de defensa de la justicia y que quienes le piden que se someta a la ley -dos ejemplos de democracia consolidada como Gran Bretaña y Suecia- no ofrecen garantías al ciudadano.
En su intervención, el australiano dio síntomas de mesianismo, como cuando dijo «no puedo estar con vosotros», «traéis los ojos del mundo hasta aquí» o «después de esa noche [en la que Londres amenazó con entrar en la embajada] salió el sol y el país de Ecuador hizo justicia». En ese mismo tono intentó establecer casi una relación de causa efecto entre libertad de expresión y Wikileaks, tratando de unir el devenir de la democracia a su propio futuro: si él pierde, perderá todo el mundo.
Su elección de Garzón como abogado defensor sólo puede acentuar tales ensoñaciones. Estamos ante dos personas que han decidido hacer de la justicia universal la llave para obtener su minuto de gloria, por más que el derecho de asilo que invocan sólo es de aplicación a quienes son perseguidos por motivos políticos, no por delitos comunes, como es el caso. Garzón solicitó ayer «unas garantías mínimas» que dijo que hoy no se dan para permitir la extradición de Assange. Rizando el rizo del absurdo, es el prófugo quien trata de poner condiciones a la Justicia.
epsimo y EL MUNDO
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