martes, 20 de marzo de 2012

Reconocimiento al Rey en el día de La Pepa

LA CALUROSA ovación que ayer recibió el Rey tras su discurso de conmemoración del bicentenario de la Constitución de 1812, recordó mucho a la que diputados y senadores le tributaron en el acto de apertura de las Cortes el pasado mes de diciembre. Igual que entonces, Don Juan Carlos se emocionó.
Puede parecer una paradoja que en el homenaje a una constitución que recortó drásticamente los poderes del rey y que el tatarabuelo del padre de Don Juan Carlos derogó hasta en dos ocasiones, se produjera un reconocimiento al actual titular de la institución monárquica. Pero la explicación está bien clara: mientras Fernando VII conspiró contra La Pepa y quienes la impulsaron, Don Juan Carlos se ha convertido en el principal valedor de nuestra Carta Magna.
No puede ocultarse, sin embargo, que esos arranques monárquicos de nuestras autoridades responden a la preocupación por la repercusión que el caso Urdangarin puede tener en la imagen de la Jefatura del Estado, justo en un momento en el que las tensiones nacionalistas aconsejan que ésta mantenga intacto su prestigio.
No es casualidad, por ejemplo, que a dos meses de la celebración de la Copa del Rey entre el Athletic y el Barcelona, nacionalistas radicales vascos y catalanes estén movilizándose para intentar convertir la cita en una gran protesta contra Don Juan Carlos. Y es que a la figura del Monarca podemos aplicarle algunas de las virtudes que él destacó ayer de la Constitución de 1812: «Referente esencial de la unidad» de España y «símbolo de una empresa colectiva».
En el fondo, a la España sitiada y arruinada de 1812 se le pueden encontrar algunos paralelismos con la actual. El Rey supo advertirlo y, cuando refiriéndose al pasado, dijo que los constituyentes, «en medio de grandes incertidumbres, afrontaron la responsabilidad política y culminaron una formidable empresa de superación nacional», parecía estar hablando del presente. También estuvo oportuno cuando subrayó que si la Constitución de 1812 pudo salir adelante fue «gracias al espíritu de concordia» que, pese a sus diferencias, compartieron sus impulsores.
Si en su discurso de Navidad, el Rey fue capaz de desmarcarse públicamente de su yerno, afirmando que la Justicia ha de ser «igual para todos», ayer tuvo la lucidez de reprochar el comportamiento de alguno de sus antepasados. Sin duda estaba pensando en Fernando VII cuando aseguró que, en aquellos dramáticos albores del siglo XIX, la Nación «estuvo muy por encima de sus máximas autoridades».
El presidente del Gobierno fue el primero en convertir la jornada de ayer en Cádiz en una defensa de la institución monárquica, que calificó de «piedra angular del nuevo edificio constitucional». Rajoy valoró precisamente de La Pepa el hecho de que, a diferencia de otras constituciones de su tiempo, «reconociera la figura de la monarquía», y subrayó que la Corona «está más viva que nunca». El presidente del Congreso, Jesús Posada, también quiso dejar constancia del «reconocimiento y homenaje a la monarquía», y destacó acertadamente que ésta «ha ofrecido a la sociedad española una identificación más allá de las ideologías».
Las frases de apoyo que las autoridades dedicaron a nuestra institución monárquica están cargadas de razón. Pero si algo nos ha demostrado la Historia es que, lejos de los discursos, el prestigio de la Corona depende del comportamiento de su titular. Bien puede decirse que, siendo ese el baremo, en un imaginario ranking de la Casa de Borbón, Fernando VII ocuparía el último lugar y Don Juan Carlos, el primero.
epsimo y EL MUNDO

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