«La Ley es igual para todos, también para el señor Blanco, el mayor inquisidor de estos años en España», donde «ha estado estableciendo el límite entre lo bueno y lo malo», aseguró en un acto electoral que se celebró por la mañana en Guadalajara. A pesar de la situación en la que se encuentra, dijo, «hoy [por ayer], 13 de noviembre, aún no ha dimitido», añadió la secretaria general del PP y actual presidenta de Castilla-La Mancha.
También se refirió al caso Campeón y al ministro de Fomento el cabeza de lista de Guadalajara al Congreso de los Diputados y alcalde popular de la ciudad, Antonio Román, quien dijo a los asistentes al acto: «Cuando vayáis a las gasolineras [en referencia al presunto caso de corrupción donde supuestamente el socialista se citó en una gasolinera con un empresario], echad el seguro del coche porque igual alguien se monta y os deja maletines». Román consideró que «no es casual» que esta semana haya trascendido la información sobre la investigación del patrimonio de Iñaki Urdangarin, lo que atribuyó a una «estrategia» del candidato socialista a la Presidencia, Alfredo Pérez Rubalcaba, para «tapar lo del presunto corrupto Pepe Blanco», informa Efe.
Desde la capital, los dardos fueron cosa del secretario general del PP de Madrid, Francisco Granados, quien ironizó con la situación del ministro y le cantó el popular reggaeton de La Gasolina.
Durante su participación en un mitin celebrado en los jardines de Cecilio Rodríguez en El Retiro, Granados indicó que, en la foto de Dos Hermanas, donde el candidato del PSOE a la Presidencia de Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, se acompañó de Felipe González y Alfonso
-Yo no me corto el brazo por la honradez de nadie. Pero por Pepe, sí... ¡Es un rapaz tan bueno!-, dice el paisano cuando Crónica interrumpe sus quehaceres matinales.
Habla Manuel Blanco, tío paterno del portavoz del Gobierno y uno de los tres últimos habitantes de Mosteiro, la pequeña aldea que vio nacer al socialista hace 49 años. Adscrita a la parroquia de Ferreira, en el municipio lucense de Palas de Rei, apenas suma dos casas, un hórreo, un gallinero y un puñado de manzanos que relucen bajo el tímido sol de otoño.
No encontrará Blanco un respaldo tan rotundo como el del tío Manuel en el resto de la localidad. Aquí, en Palas (3.682 habitantes), reina una estricta omertà sobre los líos del hijo de Jesús, el peón caminero, que tan lejos llegó en Madrid. Los mismos vecinos que antes presumían de su amistad con Blanco ahora minimizan su relación.
Unos, los menos, callan por tirria a los periodistas. Otros, los más, no quieren que les salpique el naufragio del primer ministro acusado de un delito de corrupción en el ejercicio de su cargo en la democracia. «Ya sabes: mucha gente reniega de él porque no quiere meterse en líos», dice Fernando Pensado, ex alcalde del pueblo, del PP.
Las evasivas de algunos vecinos indignarían a Blanco. Él siempre se ha vendido como el paladín de su terruño en las moquetas madrileñas. Como el paisano que ha lubricado la provincia con los millones del ministerio de Fomento. «Lugo, Lugo, Lugo e mais Lugo. Para Pepe Blanco, o compromiso é Lugo», proclaman los dos cartelones electorales que reciben al forastero a la entrada del pueblo.
Pero la operación Campeón ha astillado su imagen de Mister Marshall galaico. En privado, el ministro admite que su mayor inquietud no es su reputación en la capital, donde los escándalos son moneda corriente. No, lo que realmente le preocupa es la opinión de los suyos, de los parroquianos del bar Utreya, en la estación de servicio -parece que el ministro tiene querencia por las gasolineras-, donde degusta un caldo cada vez que visita su pueblo. No soporta que su gente dude de su buena fe.
El ministro ya cató esta traición el mes pasado, días después de que las acusaciones de cohecho y tráfico de influencias estallaran en las páginas de este diario. En las fiestas de San Froilán (Lugo), a Blanco lo recibieron con pitos y abucheos, en vez de la tradicional ovación, cuando se disponía a probar el pulpo. «Estaba muy jodido por eso», explica un conocido del ministro con quien se sinceró en aquellos días.
Pese a aquel mal trago, el socialista ha seguido frecuentando la provincia casi todas las semanas. Hijo único, suele aparecer por el modesto piso [75 m²] de sus padres, que acaban de celebrar sus bodas de oro. «Estuvo aquí el pasado miércoles y lo vi igual que siempre», insiste su madre, Erundina, costurera jubilada, de 78 años.
-¿Le dio alguna explicación sobre la operación Campeón?
-No tiene que explicarme nada. ¡Todo son maniobras del PP!
Aquel día, Blanco también visitó la sede de Fomento en Lugo. Allí estrechó las manos de dos ex compañeros de su padre, antiguo empleado del ministerio que ahora él dirige: primero fue peón caminero, luego conductor de maquinaria. «Estaba emocionadísimo», asegura José López Orozco, alcalde de Lugo y mentor político del socialista. «Es algo que suele repetir: "No olvides nunca de dónde procedes para tener los pies en la tierra"...».
Pese a este lema buenrollista, hace tiempo que los zapatos de Blanco no pisan el mismo suelo que la gente corriente. Aquel hijo de currito se ha transformado en un prosperísimo cabeza de familia. Vive en un chalé de 291m² en Las Rozas (Madrid) junto a su esposa Anabel y sus hijos, María y Pedro. Ambos estudian en el elitista Instituto Británico de Madrid, a 2.600 euros el trimestre por cabeza. Y, junto al coche oficial, la familia dispone de un todoterreno Volvo XC 90 de casi 50.000 euros. Una vida idílica que se ha visto zarandeada por las denuncias de corrupción que la semana pasada aterrizaron en el Supremo.
El socialista apenas tardó un par de décadas en completar su mutación: del Pepiño de Mosteiro al Don José de la capital. En su pueblo todos recuerdan a Blanquito, aquel adolescente parlanchín que arengaba a sus compañeros de aula para que se unieran a las huelgas contra la reconversión industrial. Aunque se matriculó en Derecho en la Universidad de Santiago, enseguida dejó los libros para volcarse en el partido. «La política es su único vicio», insiste su amigo Horacio Rouco, candidato socialista a la alcaldía de Palas.
Ya de pequeñito, el padrino de Blanco auguraba que aquel rapaz llegaría a senador. Sus pronósticos no tardaron en cumplirse: lo logró a los 27 años, el más joven de España. Aunque los fracasos también vinieron pronto: en el 91 y el 95 perdió las elecciones a alcalde de su propio pueblo. «Fue la mayor suerte de su vida: si llega a ganar, se habría acomodado y ahora sería un don nadie», cuenta su amigo Francisco, dueño del bar Utreya.
En cambio, Pepe se volcó en la política nacional. Una década después, era ministro de Fomento, el cargo con el presupuesto más jugoso de España. Unas 10.000 veces superior a los fondos de su pueblo, que ronda los tres millones .
UN SEGUNDÓN VANIDOSO
Entre medias, Blanco demostró su olfato al apostar por Zapatero en el congreso del PSOE de 2000. Fue él quien tejió la red de complicidades que le aupó a la secretaría general contra la opinión del aparato. «Tenía toda la estrategia anotada en su cuaderno: quién era el delegado por tal agrupación, cómo conseguir su voto...», recuerda Orozco.
Pese a su papel decisivo en aquella victoria, Blanco asumió con deportividad su rol subalterno a Zapatero. Sólo amagó con dimitir en 2008, tras su segunda victoria electoral, pero el jefe lo retuvo con una oferta apetitosa. Primero, le nombró vicesecretario general del PSOE, un cargo que sólo había ostentado Alfonso Guerra. Y luego, en 2009, lo catapultó a Fomento.
Los más avispados ya alertaron entonces de los riesgos de la maniobra. No convenía que el custodio de los dineros del partido se enfangara en un ministerio en el que circulan con tanto brío las comisiones dudosas. Nadie les hizo caso.
En esa época, Blanco ya se veía como Don José. Resulta que bajo su imagen de ratón asustadizo se escondía un vanidoso de manual. Se quitó sus gafas de miope. Afiló sus trajes de sastrería. Se puso a régimen: ni pan, ni postres, ni alcohol. De golpe, el eterno segundón adoptaba tics de presidenciable.
Sus rivales del PSOE aducen que a Blanco se le indigestó el rol de aldeano que arrasa en la capital. «Pepe tiene mucho sentido común, salvo consigo mismo», alertaba un ministro a Crónica en aquella época. Sus pronósticos no tardaron en hacerse realidad.
En sus campañas electorales, Blanco exprimía la fobia nacional hacia los ricos. Pero, al mismo tiempo, se afanaba en trepar en la escala social. Presumía ante sus amistades de que sus hijos hablaban inglés mejor que él castellano. Lucía las fotos de la pequeña María practicando ballet con las hijas de celebrities como Genoveva Casanova. Coleccionaba retratos con líderes políticos, que luego lucía en el salón de su casoplón de Las Rozas...
Fue en esos años cuando cuajó la etiqueta de la comandita de Blanco: el grupúsculo de empresarios y dirigentes socialistas que dominaban los corrillos más influyentes de Galicia. Uno era Luis Vilariño, paisano de Palas, cuya constructora Antalsis disparó su facturación el año que el socialista llegó a Fomento. Otro, Pablo Prada, presidente de Extraco, quien consiguió obras multimillonarias tras la mediación del gerente del PSOE, Xoán Cornide, de plena confianza del ministro
Pero Blanco no charlaba de estos enjuagues cuando volvía a Palas. Allí, el exquisito Don José volvía a ser Pepiño. El que no perdonaba las tapas de pulpo en la gasolinera. El que saludaba por su nombre a todos los vecinos. Era parte de la marca Blanco: la imagen campechana de la que tiraba para vender las políticas más impopulares del Gobierno. «Mi padre me llama y me dice: "¿Me vais a bajar la pensión?". No, papá, vas a cobrar lo mismo el año que viene», explicaba en pleno zapatazo a las pensiones.
Pero la doble cara de Blanco saltó por los aires el 4 de octubre, cuando la portada de EL MUNDO detalló sus presuntos trapicheos con un empresario lucense. Jorge Dorribo, encarcelado en la operación Campeón, tiró de la manta contra el todopoderoso político. Y, entre otras acusaciones, denunció el ya célebre encuentro en la gasolinera de Guitiriz. Allí, le habría dado 200.000 euros a cambio de gestiones con el Gobierno.
favores y más favores
Este mes, las denuncias de Dorribo han aterrizado en el Supremo. En su exposición razonada al tribunal, la juez lucense Estela San José aprecia indicios de «cohecho y tráfico de influencias» en sus relaciones con Dorribo. Además, la Fiscalía posee indicios de «un delito de tráfico de influencias» en sus favores al industrial José Antonio Orozco, como acelerar la licencia de construcción de una nave junto al aeropuerto de El Prat (Barcelona).
Orozco es el mismo industrial que, según Dorribo, pagó parte del chalé de Blanco en Las Rozas. Y el mismo que, en una conversación interceptada el 10 de febrero, proclamó: «Siempre es bueno tener un amigo en el Gobierno».
El muñidor de la cumbre de la gasolinera fue Manuel Bran, primo político de Blanco (su mujer, Mari Carmen, es prima hermana del ministro). Aquel «fontanero de pueblo», como le describen sus vecinos, es hoy el orgulloso administrador de Electricidad Espiñeira y Bran, que en 2010 facturó 455.324 euros. A través de esta empresa, según Dorribo, se habría realizado otro pago de 90.000 euros al socialista. «Estoy muy ocupado para atenderles», fue la sucinta respuesta de Bran a la llamada de Crónica.
Cada novedad de la operación Campeón aumenta la humillación del alicaído ministro en su patria chica. Él, habituado a ser el capo de las campañas socialistas, ha tenido que refugiarse en la penumbra. Este lunes, canceló una entrevista para esquivar preguntas incómodas. Y el resto de la semana la ha pasado en mítines en plazas de segunda como Vilalba, Lugo, Castellón, Alcalá la Real... «Es mi obligación interesarme por proyectos para crear empleo», se justificó Blanco cuando le preguntaron por el escándalo.
En su pueblo, la mayoría se encoge de hombros ante estas explicaciones. «La Justicia dirá...», es la respuesta casi unánime. Pero, por si acaso, sus adversarios del PP, que le nombraron hijo predilecto de Palas, ya se están replanteando su estatus. «Antes se nos conocía por el Camino de Santiago, por el castillo medieval... Ahora, por asuntos turbios como éstos», se lamentan.
Incluso sus peores enemigos, que los tiene en el pueblo, se muestran sorprendidos por el escándalo. «No sólo por el tema en sí, sino por el descaro con el que hablaba de sus apaños por teléfono, por SMS...», reflexiona uno de ellos. «Tal falta de cuidado no encaja en un tipo tan metódico, con tanta intuición y capacidad de organización como él».
«saldrá más»
Con su reputación hecha trizas, a Blanco le toca replantearse su futuro. Para la era post-ZP, había planeado convertirse en eurodiputado, pulir su inglés, completar la educación de sus hijos en un entorno cosmopolita... Y, de vuelta a la patria, quizá montar una empresa de asesoría electoral. «Yo, si sé de algo, es de campañas políticas», le explicó a Casimiro García-Abadillo, vicedirector de EL MUNDO.
Todo deberá esperar a la decisión del Supremo tras el 20-N. Cuentan sus íntimos que no se plantea dimitir. Primero, para no admitir su culpa; segundo, para no eclipsar la campaña de su partido; y, finalmente, para preservar su inmunidad parlamentaria. «No dimitirá y, si lo hace, lo perseguiré hasta la estepa», proclama su mentor Orozco.
Este lunes, el alcalde de Lugo, preocupado por el aluvión de revelaciones sobre el caso, llamó a su discípulo. Y le sorprendió su reacción casi zen: «Lo vi muy tranquilo. Me dijo que seguirían saliendo cosas, pero que no me preocupara... Como él siempre dice: "No las hagas y no las temas"».
Esa parece la estrategia de Blanco: aguantar como sea hasta el 20-N, cuando cree que caerá la presión mediática sobre el escándalo. Él repite a sus fieles que todo es un montaje, que no hay caso ni lo habrá. Una huida hacia delante clavadita a la de Francisco Camps con el caso Gürtel, algo que él criticó más que nadie. Y que, a medida que se publican más conversaciones vergonzantes en la prensa, tiene de los nervios a muchos en su partido.
Donde la duda ni se plantea es en Mosteiro. Allí, el tío Manuel se refugia en su casona de piedra mientras su mujer exclama desde la ventana.
-¿Que si nos fiamos de Pepe? Es como nuestro hijo, con eso te lo digo todo... Y si no nos fiáramos de él, tampoco te lo íbamos a decir.
epsimo y EL MUNDO_________________________
Dorribo: “El préstamo lo llevé a Madrid y se lo di a Pepe Blanco en persona”
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