Según información aparecida últimamente en la prensa, alrededor del
50% de los presos extranjeros que hay actualmente en las cárceles
españolas se encuentran en situación irregular en nuestro país. Luego,
si las matemáticas son una ciencia tan exacta como dicen los que han
estudiado, el 50% restante lo conforman inmigrantes legalizados.
De este dato surge una realidad reveladora acerca de la criminalidad
extranjera en España, que desmonta un mito comúnmente aceptado como oro
de ley, y es que la ilegalidad de los extranjeros no es un factor
determinante en su tendencia, inclinación o voluntad de delinquir: la
inmigración legal genera tanta criminalidad como la ilegal. La
delincuencia inmigrante no está ligada a la ilegalidad ni la legalidad
de manera preferente: los inmigrantes deliquen independientemente de su
situación legal o ilegal. Queda de esta manera destruida la teoría según
la cual la inmigración que delinque es mayoritariamente la ilegal (por
las condiciones de marginalidad y precariedad, imposibilidad de trabajar
por falta de “papeles”, etc.), enfoque que no pretende otra cosa que
disculpar los altísimos índices de criminalidad de la inmigración en
España.
No pensemos por tanto que expulsando únicamente a los inmigrantes
ilegales que delinquen (si es que se hiciera, que nada indica que se
vaya a hacer) se terminaría el problema de la delincuencia extranjera:
sólo acabaríamos con parte de ella. Sería como matar al tonto y dejar la
tonta preñada. Quien tiene malos instintos, quien es persona de mal
vivir, no verá su comportamiento modificados para bien, hacia el
acatamiento de la ley y el respeto de sus semejantes, por el simple
hecho de disponer de un permiso de residendia al día. Tan feroz es una
hiena del zoológico de Barcelona con todos sus papeles en regla, e
incluso vacunada y desparasitada, como una hiena indocumentada y llena
de garrapatas del Serengueti. Ambas deben ser tratadas como corresponde:
hay que sacarlas de la circulación, apartarlas de sus potenciales
víctimas, dejarlas en estado de impotencia.
Algunos inmigrantes ilegales cometen delitos para permanecer en
España. Mientras dura la instrucción del caso siguen en la calle si el
delito no es de una extrema gravedad, es decir si no hay un muerto de
por medio, pues aunque se pille a alguien con un arsenal de guerra en su
poder, lo máximo que le puede pasar es que lo obliguen a presentarse en
el juzgado cada 15 días. Cuando hay una condena, si la pena es inferior
a 6 años, no ingresan en prisión, se les expulsa. En realidad, esto
significa que se les entrega un papel sellado en el cual se les notifica
a los interesados que deben hacer abandono del país en un plazo
perentorio, orden que nadie acata ni hace acatar. Por lo tanto estos
siguen en España, pues nadie los agarra por el cuello y los ponen en un
avión con un billete de regreso a sus lugares de origen.
Mientras, otros inmigrantes legales utilizan su permiso de residencia
como un seguro contra la expulsión en caso de cometer algún delito. El
delito es concebido así como una vía válida y efectiva hacia la
permanencia indefinida o definitiva, y el permiso de residencia como una
patente de corso para delinquir sin temor a la expulsión. Tanto el
delito por una parte, como el permiso de residencia por la otra, son
utilizados, desde distintas situaciones de estancia legal e ilegal, como
formas de impedir la expulsión y como garantía de impunidad. Hagan lo
que hagan seguirán alojados en el hotel España con los gastos pagados.
Estas maniobras se han desarrollado hasta ahora con éxito al amparo de
la benignidad y las contradicciones de nuestras leyes (y la extendida
permisividad de sus ejecutantes) y de la tolerancia generalizada de una
sociedad que sigue sin reaccionar.
Estra burla contínua a la sociedad española abusada en su generosidad
y asaltada en su buena fe por esta legión de indeseables
internacionales debe cesar de inmediato. La entrada en España debe ser
previamente autorizada y la permanencia merecida. Este es el sensato
principio que debe regir nuestra política inmigratoria. Aunque a estas
alturas del partido, con 8 millones de extranjeros en nuestro país
convertido en coladero, da casí vergüenza andar proponiendo medidas que
ya están totalmente rebasadas por la realidad. Hay que encarar la
situación de frente y decir claro y alto lo que ya no se puede callar:
urgen expulsiones masivas inmediatas. Es una cuestión de vida o muerte
para la nación española. Vamos tarde.
Hasta los burdeles se reservan el derecho de admisión y echan sin
contemplaciones a los indeseables y los camorristas a la calle. ¿Será
España menos que un burdel? ¿Tal vez una letrina a cielo abierto?
Alerta Digital
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