Sánchez Gordillo lleva tres décadas saltándose la
ley con sus fechorías: ocupando fincas, bancos, aeropuertos, vías de
tren y hasta platós de Canal Sur
Juan Manuel Sánchez Gordillo lleva más de media vida alimentando su utopía proletaria. Para llevarla a la práctica no ha dudado en saltarse a la torera la ley. Raro es el verano que los periódicos no han traído una noticia sobre sus fechorías: la ocupación de una finca
de terratenientes (según su propia retórica) o una huelga de hambre. Ha
cortado las vías del AVE, obligado a desviar la Vuelta Ciclista a
España y dirigido, sin dejar ningún detalle a la improvisación y siempre acompañado de cámaras,
asaltos simbólicos a ventas de carretera, bancos, aeropuertos y hasta
platós de televisión. Su reloj vital se paró diez años antes de que
cayera el Muro de Berlín, en 1979, cuando alcanzó con 23 años la Alcaldía de Marinaleda,
feudo rojo de la Sierra Sur sevillana. Desde entonces, hace treinta y
tres años, este quijote campesino no ha abandonado su efectista senda
revolucionaria.
Su
pueblo, corazón del sindicato de jornaleros, lo ha convertido en una
especie de ínsula Barataria donde todo pasa por su despacho, en el que no falta un retrato del Che, y donde todos «tienen para comer» gracias al PER y a las peonadas que dan en las 1.200 hectáreas de la finca El Humoso,
que pertenecía al duque del Infantado. No paró hasta conseguirla.
«Desde 1985 las ocupábamos y la Guardia Civil nos echaba todos los días
hasta que en el 92 nos dieron las llaves simbólicas de las tierras»,
rememora orgulloso.
Con
el mismo método imperativo, este «bandolero» del campo y diputado
andaluz desde hace 18 años se fue cobrando nuevas piezas en los ochenta y
noventa, como las 300 hectáreas de El Indiano. Las ocupaciones ilegales le han llevado a los calabozos. El robo de dos toneladas de aceitunas en La Romana, finca expropiada por el Estado a los Ruiz Mateos,
lo sentó en el banquillo. Fue absuelto tras alegar que la apropiación
de los frutos fue sólo simbólica y, además, «estaban verdes».
Su
epopeya de activista bracero comenzó pasando hambre. En agosto de 1980
no probó bocado durante 13 días de encierro en Marinaleda para exigir un
Plan de Empleo Comunitario, antecedente del PER. No paró hasta entrevistarse con el ministro de la UCD Salvador Sánchez-Terán
y arrancarle un compromiso. Ese mismo año se plantó en el convento de
clausura donde vivía la hermana religiosa del duque del Infantado para
pedirle agua de los pozos de su propiedad.
Las
canas que han aparecido en su desaliñada barba de guerrillero cubano no
han domesticado su incombustible carácter de agitador. Lo ha vuelto a
demostrar hace una semana con el surrealista golpe perpetrado a un supermercado de Écija.
En 1994, megáfono en ristre, el jacobino diputado de IU asaltó en
Sevilla la sede del Banco de España, la estación Santa Justa, el
aeropuerto San Pablo y Canal Sur —que
tomó también en 2009— clamando contra la manipulación informativa y el
compromiso incumplido por Felipe González de acabar con las peonadas
para cobrar el subsidio. Ya entonces se significó como látigo de los
socialistas, con los que su formación comparte ahora Gobierno en
Andalucía muy a su pesar. «Le he planteado muchas batallas al PSOE, no me fusilan porque no se lleva», declara.
ABC
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