Ella ha mirado cara a cara, a los ojos, durante horas, a
José Bretón. Ella ha escudriñado en lo más profundo de la mente del
padre de los niños de Córdoba. En busca de cualquier pista, de cualquier
resquicio de esperanza que abra la puerta del incierto paradero de Ruth
y José. No son los primeros ojos sombríos en los que se sumerge Carmen
Pastor. Años antes se asomó a los de Javier Rosado, el desequilibrado
'asesino del rol' que en 1994 destrozó a puñaladas a un peatón elegido
«por gordito» en Madrid. También sabe lo que es mirar de frente a
Francisco García Escaledo, el 'matamendigos' que en los 80 cercenó la
vida de 11 indigentes. O bucear en busca de algo de cordura en la
trastornada mente de Noelia de Mingo, la doctora que en 2003 dejó un
reguero de sangre y tres muertos en la clínica de la Concepción de
Madrid. O interrogar al 'asesino de la baraja', o a los verdugos de
Anabel Segura, o hundirse en la pena más honda ante la mirada triste de
los padres de Marta del Castillo...
Basta hablar cara a cara con la inspectora jefe Carmen
Pastor para llegar una conclusión: la enorme frialdad y fortaleza mental
que debe atesorar José Bretón. Porque los ojos claros de la máxima
responsable de la unidad central de Homicidios y Desaparecidos de la
Policía Nacional son penetrantes, inquisitivos, sagaces ante la duda. Se
antoja imposible no ser sincero delante de ella. Carmen Pastor (pelo
corto, atractiva, frisando los 50, bolso de Carolina Herrera y expresión
vivísima) es el mascarón de proa de una de las unidades policiales más
especializadas de España, un cuerpo de 21 agentes expertos en Policía
Judicial, Psicología, Criminología y mil y una armas para encontrar la
salida del laberinto en las mentes de los asesinos. Hoy su máximo
desvelo y el de todos sus hombres es el mismo: resolver el desasosegante
rompecabezas que dura ya medio año y que tiene en el limbo a los niños
de Córdoba, a su angustiada madre y a toda España.
«Este caso tiene a la plantilla completamente absorbida».
Lo confiesa José Manuel, así a secas (intimidad policial manda), el
jefe de Desaparecidos, el otro pilar de la brigada. Sesenta años, va
para cuatro décadas luciendo placa y 20 rastreando a personas que se
esfuman. Del orden de 14.000 denuncias por desaparición al año en
España. Un lince de la base de datos que desde 2009 engloba a todos los
ciudadanos buscados por Policía Nacional, Guardia Civil y Policías
Autonómicas. El ordenador es el primer filtro, el que hace saltar la
alarma cuando entre los parámetros de la desaparición figura un menor de
edad, o una persona mayor con alzhéimer, o una nota de despedida con
tintes de suicidio... «Alto riesgo o inquietante» es la denominación que
se concede entonces al caso. Una decena cada año en España. Ninguno
igual al de los niños de Córdoba.
El cuartel general de Homicidios y Desaparecidos, en
pleno complejo policial de Canillas, en Madrid, el mayor búnker policial
del país, se abre para este periódico. Desde un tablón de corcho
sonríen Ruth y José. Los rostros de mirada limpia que todos anhelan
volver a ver. Debajo, en una estantería, otra cara trágicamente
familiar. Asoma la carpeta con datos de Madeleine McCann, la eterna niña
perdida. Ni mucho menos un caso cerrado. Una última llamada a la Unidad
Central de Delincuencia Especializada y Violenta -en la que se
encuadran Homicidios y Desaparecidos- la sitúa en Nerja (Málaga). Y los
chicos de Carmen y José Manuel no dejan un cabo por atar. «Hay que
comprobarlo». Sobre su mesa, las fotos de un cadáver, un amasijo de
carne del que solo se sabe que es una chica de Sarajevo. Sin nombre ni
rostro. Otra pieza de un museo de los horrores de esperanza, miedo y
tesón policial.
La 'espinita' de Marta
El de Ruth y José no es el único caso con 'prioridad 1'.
Otro nombre pone en especial alerta a los policías: Sonia Iglesias. El
18 de agosto de 2010 se la tragó la tierra en Pontevedra. Esa mañana
jamás llegó a la tienda de Massimo Dutti en la que trabajaba. Su último
rastro, su cartera, encontrada por un toxicómano en un poblado
chabolista. Después, la nada...
Los ojos policiales de Carmen Pastor se tornan impenetrables al preguntarle por Córdoba.
- ¿Usted ha mirado cara a cara a José Bretón?
- Sí (responde firme, rápida...).
- ¿Y qué impresión sacó?
- No puedo comentar nada. Hay secreto de sumario.
- ¿Pero es una investigación de desaparición o de homicidio?
- Desaparición (y solo con sus ojos aparta más preguntas).
La inspectora jefe sabe lo que es pasarse la mañana de
Navidad en la morgue (ha asistido a 700 autopsias), que su marido
(también policía) acabe «hasta el gorro» porque su móvil no para de
sonar mientras van de compras (cualquier crimen en España se comunica al
'teléfono rojo' de su unidad, y en 2010 hubo 1.300) o tener que estar
parando cada puñado de kilómetros en el arcén al volante de su coche. La
dictadura del móvil. Las 37 horas semanales que sobre el papel trabajan
los investigadores de Homicidios y Desaparecidos son solo eso: papel
mojado. Aquí no hay descansos, fines de semana ni fiestas de guardar.
«Es difícil desconectar», coinciden Carmen y José Manuel. Saben lo que
es ir de tiendas y no dejar de indagar en los escaparates las caras de
aquellos que les rodean. En busca de uno de esos rostros a los que
intentan poner nombre, de uno de los desalmados a los que tratan de dar
caza. O sentarse en un bar siempre de cara a la puerta, controlando
quién entra, cada gesto, cada mirada... «Creo que solo me relajo en la
playa», sonríe Carmen.
Un día después de 'perderse' Ruth y José en el parque ya
estaba la unidad central peinando Córdoba. «Por la gravedad de la
desaparición. O por si fuera un homicidio.». Carmen Pastor mide cada
palabra al milímetro, como un paso más de una investigación policial.
Sabe que cualquier error da al traste con todo. Y no quiere otra
«espinita clavada». Con el homicidio de Marta del Castillo confiesa que
aún le 'sangra'. «Sigues pensando en ello.». No solo es un caso abierto.
Es una familia sin una hija a la que guardar luto. «La investigación
para encontrar el cuerpo no se detiene. Es duro llamar a unos padres
para decir que su hijo ha aparecido muerto en una cuneta, pero al menos
ya tienen un cuerpo que llorar y un sitio al que llevarle flores. La
desaparición es extremadamente dura».
Casi tres lustros en Homicidios hacen que le resbale la
presión, «aunque el caso de los niños pueda tener un 9,5 en revuelo
mediático.». Pero todos los casos suponen la misma implicación.
«Investigamos igual el asesinato de un niño que el de un mendigo». Lee
la prensa a diario. Los programas de televisión, ni olerlos. «El circo
que se monta nos hace mucho daño. Sobre todo a la familia.». De las
ficciones policiales, para qué hablar. «Vi un episodio de CSI. Hasta que
en un asesinato, de un simple arañazo dedujeron que estaba hecho con
una sortija y dónde la habían comprado. No volví a ver la serie».
La veda del asesino
No hay magia en Canillas. «Esto no es una fábrica de
apretar tornillos. A veces los resultados no llegan. Y la bolita de
cristal hace tiempo que se rompió», ironiza José Manuel. Días, meses,
años de investigaciones en callejones sin salida, de trabajo humano con
las víctimas, de horas y horas al teléfono calmando a madres con
promesas sinceras: «Jamás dejaremos de buscar a su hijo». El pulso en
casos como el de Córdoba no ceja. «Es duro estar meses investigando y no
ver la luz», confiesa Carmen. O que después de dejarse la piel en
investigaciones como la de Marta del Castillo, todo quede en una
sentencia de medias tintas. «Es duro cuando detienes a alguien y lo
dejan libre. Pero nosotros no hacemos las leyes.».
Sergio ofrece estrechar una mano fuerte y segura. Jefe de
grupo, rapado y ancho de espaldas, su físico es inconfundible. Solo da
el nombre. Nada de fotos. Mejor no dar pistas a los malos. «Este es un
trabajo apasionante», apostilla con sonrisa franca. Cumple los
parámetros más presentes en la brigada. No faltan un par de 'viejos
zorros', policías con décadas de experiencia en investigación criminal.
Pero la mayoría superan por poco los 30 y tienen escasas cargas
familiares. Lógico en un trabajo que exige semanas fueras de casa y
vigilancias intempestivas. Carmen suspira aliviada cuando recuerda a sus
dos hijas ya veinteañeras. Nada que ver con los comienzos, cuando hacía
'sudokus' para combinar cuadrantes de trabajo, pañales, esperas
nocturnas y biberones.
Una nevera y un microondas presiden un despacho de
Homicidios. Compañeros de jornadas maratonianas. «Comprados por
nosotros», puntualiza Carmen bajo un techo y unas paredes cuyo estado y
modernidad dejan mucho que desear. La tónica en la mayoría de las
instalaciones policiales de España. A la vista, en una estantería, hasta
siete carpetas con la leyenda 'Sara Morales'. A mano, listas para ser
consultadas en cualquier momento, la guía de un rastreo que dura ya seis
años, desde aquel oscuro 30 de julio de 2006 cuando Sara se esfumó con
14 años cuando caminaba hacia un centro comercial de la isla de Gran
Canaria. Sobre otra mesa, una cabeza... de corcho. «Es Amparo», explica
el agente más joven, una testa de maniquí encontrada durante una
investigación y ahora 'mascota' del grupo. En la pared, las fotos de un
cuerpo torturado al que le falta la cabeza. La convivencia diaria con el
horror del que los policías tratan de aislarse «con mucha psicología».
Aunque hay casos que marcan. «El interrogatorio al asesino del rol fue
agotador y de gran esfuerzo», recuerda la inspectora jefe Pastor. La
locura de Javier Rosado le hacía desvariar cada dos frases y los
policías tenían que hacer descansos en la declaración para lograr una
confesión coherente. «Pero era muy inteligente y con todo planificado». Y
sanguinario, como muestra su frase antes del macabro crimen: «Son las
cuatro de la mañana. Se abre la veda».
El trabajo policial no da más tregua en Canillas. Llega
la hora de la despedida. Carmen Pastor brinda una sonrisa tan cálida
como su apretón de manos.
- Ánimo y mucha suerte con el caso de los niños de Córdoba...
- Estamos en ello...
Y dice adiós con una mirada rotunda, firme... Segura.
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