miércoles, 2 de noviembre de 2011

Los últimos «pinchazos» de la narcosala

Los recortes presupuestarios acaban con un dispositivo histórico que, con un millón de euros al año, da cobertura a cien toxicómanos al día. Todos ellos quedarán desasistidos a partir de 2012

El primer dispositivo asistencial de venopunción de España (DAVE), más conocido como «narcosala», cerrará sus puertas en poco más de un mes. Después de más de once años de funcionamiento, de unos orígenes marcados por la polémica y de servir de ejemplo a otros muchos que llegaron después, el vanguardista centro echa el cierre.

Los drásticos recortes aplicados por el Gobierno regional de Esperanza Aguirre, con especial incidencia en los programas para drogodependientes, en los que ha rebajado un 35% las ayudas públicas destinadas a financiar programas, centros y actividades destinadas a esta población, con el cierre de más de una decena de pisos de rehabilitación, parecen ser el causante de ello. La agonía de la narcosala se une al languidecer del poblado marginal en el que está enclavada, Las Barranquillas, relevado por el tramo de Valdemingómez de la Cañada Real Galiana.

Lo cierto es que, según ha podido saber ABC, el contrato suscrito entre la Consejería de Sanidad con la entidad que lo gestiona, por valor de un millón de euros al año, vence este 31 de diciembre, y no será renovado ni se convocará un nuevo concurso. Desde la Agencia Antidroga, organismo autónomo del que depende el DAVE, no lo negaron; tampoco aclararon qué piensan hacer con la población a la que atienden ni si prevén mudarse a la Cañada, donde «sería muy necesario», tal y como ha venido reclamando la Comisión de Seguridad del distrito de Villa de Vallecas, integrada por el presidente del distrito, la oposición y la Policía Nacional y Local.

A pesar de ello, hasta que eche el cierre —«se irán suprimiendo servicios de forma gradual»—, el dispositivo seguirá cumpliendo su función, destinada a la atención de los toxicómanos más deteriorados, entre ellos el medio centenar que vive allí. De ellos, algunos llevan años —ocho, el que más— sin salir de ese lugar: un páramo lleno de escombros y basura, jalonado por tres o cuatro puntos de venta de droga, permanentemente acosados por la Policía.

La narcosala y todas sus instalaciones son una especie de oasis en mitad de la nada que dan cobertura a un centenar de personas cada día: 36.000 al año en la actualidad, nada que ver con las cifras de hace un lustro. Allí, los toxicómanos, además de analizar la sustancia que van a consumir —y evitar con ello sobredosis mortales— y de recibir todo tipo de atención sanitaria —metadona incluida—, socioeducativa y derivación hacia otros dispositivos de reducción del daño, cuentan con un centro de emergencias en el que pueden asearse, lavar sus ropas, comer cuatro veces al día y dormir: hay 40 camas. Disponen también de biblioteca y de zonas comunes en las que ver la televisión y charlar, además de leer la prensa o libros en la biblioteca.

Protesta de toxicómanos

A partir del próximo año, si nada lo remedia, todo ello desaparecerá. La narcosala será ya historia. La noticia, conocida por los habituales del asentamiento, ha sido como un mazazo para ellos. «No nos vamos a quedar de brazos cruzados. Vamos a movilizarnos. Algo tendremos que hacer. Nos enteramos hace un mes del cierre. ¡No hay derecho!», se quejaba esta semana media docena de usuarios del dispositivo en Las Barranquillas.

«Sabemos que las cosas están muy mal para todos y que el dinero es el que es y no llega, pero, en lugar de dejarnos en la calle de un día para otro, ¿no sería mejor que siguiera funcionando el dispositivo sanitario y las camas?», se interroga Manuel. «Están cerrando todos los pisos y hay gente que estaba saliendo de esta mierda y ahora ha vuelto a Valdemingómez. Yo no pienso hacerlo, pero algunos recaerán».

Un dispositivo pionero... y muy polémico



La «banda del súper» tenía datos de primera mano del negocio
Alguno de los cuatro españoles pudo haber trabajado en la tienda o para un proveedor
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