Pero, ¿qué se esperaba Zapatero de Bildu? ¿Qué se iba a integrar en las instituciones? ¿Qué iba a asumir la Constitución? ¿Qué aceptaba jugar limpiamente en la democracia? ¿Qué se disponía a honrar a las víctimas y condenar a los verdugos?

Bildueta está haciendo lo que algunos habíamos anticipado. Ha ofendido a la bandera, ha exiliado el retrato del Jefe del Estado, ha enaltecido a los terroristas, ha vejado a las víctimas y está protegiendo con cargos y prebendas a los proetarras. Bildueta debería estar fuera de la ley. No lo está porque Zapatero decidió cumplir los compromisos contraídos con Eta en una negociación indigna, de tú a tú, entre el Gobierno de España y la banda terrorista. En los últimos meses, Zapatero ha cedido en todo para borrar las huellas que le puedan implicar en el delito de colaboración con banda armada, del que el caso Faisán es solo la punta de un descomunal y vergonzoso iceberg.

Ahora, el alcalde bildueta de San Sebastián ha emprendido ya su anunciada campaña de expulsar a las Fuerzas Armadas de Guipúzcoa y, según informa el diario El Mundo, ha solicitado una entrevista formal con Carmina Chacón, ministra de Defensa y destacada púber canéfora del presidente dadivoso.

La respuesta a la intrépida agresión del alcalde bildueta de San Sebastián debería ser contundente: el Gobierno de la nación intensificará la presencia de las Fuerzas Armadas en el País Vasco y de forma especial en la capital donostiarra. Ni una vacilación, ni una concesión ante la desfachatez proetarra. Si grave es la herencia económica que nos deja Zapatero, mucho más grave, sin comparación, es la herencia política tanto en Cataluña, con un disparatado Estatuto, como en el País Vasco, con el brazo político de Eta instalado en las instituciones, dedicado abiertamente a mofarse de las víctimas del terrorismo y a asediar al Estado español.

Luis María ANSON
de la Real Academia Española

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La estrategia de Bildu, entre la trampa y la burla a las víctimas

LAS ASOCIACIONES de víctimas de ETA no se prestaron ayer al último escarnio del acalde de San Sebastián, de Bildu. Izagirre les había invitado a participar en una recepción en el Ayuntamiento «por los derechos humanos» -todo un sarcasmo- junto a Etxerat, la organización de familiares de presos de la banda terrorista. La invitación era una burla y una trampa. Burla, porque buscaba poner en un plano de igualdad a las víctimas y a sus verdugos, en una monstruosa equiparación. Trampa, porque la única intención del alcalde donostiarra con esa encerrona era profundizar en la estrategia de Bildu que trata de presentar como intolerantes y contrarios a la reconciliación a quienes han sufrido el zarpazo terrorista. Izagirre, que recién llegado a la Alcaldía desafió la legalidad constitucional retirando la bandera española y el retrato del Rey, aplica una táctica perversa con la que la coalición abertzale siempre gana: si los colectivos de víctimas hubiesen aceptado la invitación, Bildu se jactaría de avanzar en esa tan cacareada «normalización» que equipara a los asesinos con los asesinados. Dado que Covite y la Fundación Gregorio Ordóñez no mordieron el anzuelo, Bildu clamará ahora que son esas asociaciones las que rechazan su mano tendida. Ese retorcido razonamiento omite por supuesto todas las deudas aún por saldar: ETA sigue sin dejar las armas y sus representantes no sólo no condenan sus atentados sino que tampoco muestran el más mínimo arrepentimiento

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