El periodista viajaba junto al corresponsal del diario brasileño 'Estado de Sao Paulo', Andrei Netto, de 34 años, y algunos rebeldes, cuando fue capturado.
Su idea era la de ir hasta Zawiya, pero cambiaron de planes porque los soldados de Gadafi bloqueaban la carretera principal y tras adentrarse por el desierto se dirigieron rumbo a Sabratha. Allí, según su relato, se apreciaba que habían estado los partidarios de Gadafi: los edificios de los servicios policiales y de inteligencia estaban carbonizados, pero no tenían las nuevas banderas verdes del régimen.
Los dos periodistas se separaron de sus acompañantes rebeldes y se refugiaron en una casa vacía a medio construir, lejos de los milicianos. Esa noche, cuatro hombres se acercaron al lugar, vestidos con ropa deportiva oscura y con palos, a excepción de uno, que tenía un arma.
"Cuando rodearon la casa no había forma de escapar", dice. Relata cómo les zarandearon y les obligaron a bajar la cabeza mientras despotricaban contra ellos: "¡Hijos de puta!, ¡Judíos y sionistas! 'traidores árabes! ¿Vosotros queréis derrocar a Gadafi? ¡Nosotros vamos a violar a vuestras sus madres! Gadafi os enseñará!".
Interrogatorio
Le llevaron a una camioneta y golpearon a su compañero en la cabeza con una tubería metálica. Durante el viaje, uno de los hombres les pegaba con un palo. Su destino fue una prisión, "que ahora sabemos que está en Trípoli". Allí ambos periodistas estuvieron separados.
Tras interrogarle durante cuatro horas aún con los ojos vendados le "empujaron" hasta la celda, a la número 11: Sin ventanas, de 2,5 metros por 1,5 metros, pintada en gris oscuro e iluminada por una bombilla débil. Dentro había un colchón sucio, una manta y una almohada manchada. Un murete separaba el asiento del inodoro -roto y cubierto con una gruesa corteza marrón-. Había un fuerte olor de las aguas residuales, dice Abdul-Ahad. "Era el miércoles dos de mazo. La prisión sería mi casa durante una quincena".
Fue testigo de cómo los guardias, con pantalones de combate, se pasaban día y noche empujando a prisioneros encadenados dentro y fuera de las celdas. Uno de ellos, un poco más hablador, le contó que "Todas las personas que están capturando son infiltrados de Al Qaeda".
El mismo hombre, otro día, lanzaba elogios al coronel Gadafi. "Nosotros le amamos [...] Con él hemos sobrevivido a tantas cosas... [...] No es sólo nuestro líder, es un filósofo y pensador. Es todo".
No obstante, según su testimonio, peor que los guardias, el miedo y el olor eran los desvaríos de un preso de su mismo pasillo, que no paraba de gritar y llorar. "Días más tarde descubrí que él, como muchos otros, estaba siendo interrogados y golpeados regularmente", dice.
Esperanza frustrada
Cuenta que en las primeras horas del domingo 06 de marzo se inició un tiroteo fuera de la prisión. Comenzó con una pocas ráfagas de disparos de armas pequeñas, pero después se escucharon cañones antiaéreos. "En un momento, las armas estaban siendo disparados desde algún lugar justo al lado de las celdas".
Los internos se emocionaron pensando que quizás eran los rebeldes que iban a asaltar la cárcel y que había llegado a Trípoli. Pero todo siguió igual. Un oficial empujó el desayuno por la escotilla de la puerta y dijo "Sucios europeos... vamos a aplastaros con la punta de nuestros zapatos. Si los perros rebeldes vienen aquí a atacar vamos a morir todos juntos".
Abdul-Ahad asegura que la noche después de la batalla las celdas comenzaron a llenarse, algunas hasta con tres reclusos. "Había un hombre de Zwara, otro de Zawiya, y un hombre regordete de pelo gris llamado Richard que habla inglés con acento americano", explica.
Cuenta que le trasladaron a una celda más grande en una planta superior que estaba al lado de dos salas de interrogatorio que siempre estaba en funcionamiento. "Cada interrogatorio comenzaba y terminaba con el sonido tintineante de un hombre andando con grilletes. El loco fue llevado para ser interrogado por lo menos dos veces", añade.
La historia del bangladesí
El jueves 10 de marzo le sacaron de aquella celda grande y le llevaron a la celda número 18 en el pasillo de la planta baja. También era oscura, pequeña y sucia, pero esta vez iba a compartirla con otro preso.
"Estaba sentado en un colchón desgarrado, con la espalda apoyada contra la pared y las piernas cubiertas con una manta sucia amarilla y roja. Tenía el pelo peinado hacia atrás y una barba blanca de unos días. "Bangladesh", dijo señalándose a sí mismo. Estaba temblando dentro de una fina camisa".
Le contó su historia con frases entrecortadas: trató de viajar desde su país a Arabia Saudí para trabajar, pero al final sólo consiguió un visado para Libia. Allí llegó a Libia en una visa de turista que pronto expiró y el permiso de trabajo y empleo que le habían prometido nunca llegó, pero trabajó de todos modos en Bengasi y en Trípoli.
Cuando los combates y las manifestaciones comenzaron y los extranjeros empezaban a abandonar el país, le pidió a su jefe libio que le pagara el dinero que le debían para poder salir. Pero el jefe sólo le decía que esperara.
Mientras todos sus amigos se fueron de Túnez, él se quedó a esperar sus 800 dinares. "Un soldado me detuvo y me preguntó dónde estaba mi visado. Me golpearon y me trajeron aquí... En todas partes hay trabajadores de Bangladesh, sólo aquí en Libia te encierran en una habitación con llave", le explicó su compañero de celda.
La liberación
Al día siguiente, el periodista fue trasladado solo de nuevo. "Hacia el final de la segunda semana me di cuenta de pequeñas diferencias en la forma en la que fui tratado. El día 12, un guardia trajo un cepillo de dientes. El día 13, una pastilla de jabón y champú. El día 14 me trajo una taza de café e incluso se ofreció un cigarrillo", relata.
Asegura que no le dieron información sobre lo que estaba pasando fuera o por qué estaba detenido. Tras varios amagos de liberarle, en los que le vendaban los ojos y le montaban en una camioneta para volver a trasladarle a su celda después, el miércoles 16 de marzo le dieron sus cuadernos y su cámara y con los ojos vendados otra vez subió a la furgoneta.
La camioneta se detuvo, un guardia le quitó la venda y vio que estaban frente a un gran edificio. Un segundo hombre se le acercó y le llevó hacia una escalera de mármol. "En la parte superior me encontré con tres colegas del 'Guardian' esperando para recibirme y sacarme de Libia. El periodista brasileño Andrei Netto, según me dijeron, había sido liberado seis días antes".
No hay comentarios:
Publicar un comentario