A escasos kilómetros de Marbella, en un barranco en las cercanías de Ojén, habita la tribu de los crudívoros, puesta de moda en Come, Reza, Ama, el último film de la actriz Julia Roberts. Balta Lorenzo, el patriarca, un hombre de barba de plata que regresó del frío, vive en su retiro agreste, leve como un ser raro y fascinante. Llegó un día a este peculiar edén buscando un clima más caliente que el de su Zamora natal. “Comprando y vendiendo fincas conseguí dinero para quedarme una, la llené de árboles frutales y monté una casa de reposo donde viene la gente a ponerse sana y fuerte”.
Según Balta, ésta es la dieta más antigua, ya que antes de descubrir el fuego, las personas se alimentaban como el resto de los animales, es decir, con comida cruda. "La cocina no existe en la naturaleza, no hay plantas o árboles que den frutos cocidos, por lo que lo natural es el alimento crudo". Sin embargo, han pasado años antes de que este hombre se haya convertido en la réplica de su admirado Henry David Thoreau y así conseguir su Lago Pond. Hubo un antes y un después en el proceso de “vivir en el bosque”.
Balta pasó nueve años en prisión por atracador, tiempo en el que, según cuenta, se convirtió en “un monje en mi celda” y abrazó el vegetarianismo. Después de ese largo exilio interior, apareció como un líder: el gurú del crudivarismo, un arte que ha hecho del comer crudo una filosofía
El líder de esta peculiar colonia sólo se alimenta de verdura y fruta de temporada. Siempre cruda. Sal y aceite permitidos. La finca es una colonia con sus cabañas con duchas de agua caliente. Pero Balta sigue durmiendo a la intemperie. “Me relajo debajo de los aguacates, con el sonido del arroyo; la naturaleza me armoniza. Así concilio el sueño”. Le gusta caminar por los senderos como Dios le trajo al mundo. Y entre paseo y paseo, nos invita a una deliciosa chirimoya: “La comida hay que ingerirla como nos la presenta la naturaleza. De lo contrario pierde sus propiedades. Toma. Cómela”.
Balta es el ideólogo de los crudívoros en Europa: “Somos uno, y si yo le hago mal a alguien, me repercute. Si algo he aprendido es que los animales son tan importantes como los humanos, sufren igual que nosotros. Yo he estado en celdas de castigo, atado de pies y manos durante diez días, y me he acordado de los animales que viven encerrados toda su vida”. Esta es la razón de que a los dieciseis años Balta dejara de comer carne. “¿Cómo me conciencié? Muy sencillo: viendo el sufrimiento que pasan los animales para que los humanos los comamos. Entendí que por nuestra anatomía, intestinos, dentadura y enzimas que segregamos, pertenecemos al grupo de los frugívoros. Y así enfoqué a partir de entonces mi alimentación”.
Al lado de Julio Iglesias
Balta vive muy cerca de la casa de Julio Iglesias. Su barranco está en la misma latitud que la vivienda del cantante. Choca ver a Balta tal cual, como indígena del amazonas, campando de un árbol a otro de la cascada, mientras los paparazzis persiguen al artista. El hombre de la barba de plata es reflexivo y está muy lejos del divismo que se cultiva en la ciudad vecina en la que vive: Marbella.
“Yo respeto ese tipo de vida, cada uno elige su camino, pero yo no lo querría para mí. Es absurdo, sin sentido ni espíritu. No estoy acostumbrado a eso. Las calles de mi pueblo eran de barro. No como las de Marbella. Ni nosotros ni los vecinos teníamos retrete ni agua caliente. Vivíamos rodeados de animales. Me iba al campo con las ovejas y pasaba días y días sin hablar con nadie. Es a lo que uno se acostumbra”.
Balta dice que la soledad es una buena compañera. De eso se rodea: de verde, agua y soledad. En pleno mes de diciembre se baña en su cascada de agua helada. Su crema hidratante es una mascarilla de barro de que recoge de la cantera del lugar.
A este rincón llegan peregrinos de todo el mundo, finlandeses, israelíes e ingleses, todos aquellos que intentan curar sus vidas y enfocar su existencia fuera del sistema. Algunos les llaman “gente extraña”; otros, “sabios del siglo XXI”. Balta expone sus teorías en la Internet y da conferencias por el mundo propagando esta filosofía de sanación “en una sociedad donde cada vez hay un índice de obesidad extremo. Cuando leí que Pitágoras y sus discípulos sólo comían crudo, dije: esa es la sabiduría que tenemos que heredar”.
Un antes y después
Balta nos asegura que tiene antepasados bandoleros. “Siempre llevé una vida normal; trabajé en una fábrica de precocinados y la dejé porque quería una vida más sana para mí y los demás. Le pedí a mi padre que me dejara la huerta para cultivar sin química. Tuve la mejor cosecha de todos los vecinos y eso me dio seguridad”.
En ese proceso el líder de los crudivoros tuvo un paréntesis. Ingresó en prisión durante nueve años. “A los 20 años, con dos amigos del colegio nos dedicamos a hacer atracos a mano armada en establecimientos y gasolineras. En una ocasión hubo tiros e hirieron a uno. Atracar era una aventura. No me encontraba a gusto conmigo mismo. Me sentía frustrado. Creo que por eso lo hacía”.
Allí en la cárcel creó su primer huerto ecológico: “La mitad de la cosecha para el jefe y el resto para mí y los compañeros. Desarrollé el sentido de la solidaridad: los otros eres tú. Conocí a gente buenísima que había cometido equivocaciones”. Y desde entonces, hasta ahora, su misión fue extender esta filosofía por el mundo.
En Europa, cada día hay más adeptos a este estilo de vida. EEUU o Filipinas son otros países que tienen seguidores, algunos muy reconocidos, como el doctor Douglas Graham, que prepara a deportistas de elite. Balta ha acogido congresos internacionales de crudívoros en España. Allí se divulgan dietas naturistas, vivencias y actividades como yoga, biodanza o meditación.
La dieta crudívora tiene la variante frugívora, en la que sólo se ingieren frutas. “¿Ecologistas? ¿Qué si votaré en las elecciones? Hace tiempo que ya no creo en esas cosas. Una vez me presenté por un partido de los verdes. Ahora solo creo en este verde”, dice señalando un árbol. Balta solo es el hombre de barba plateada que susurra a todo lo que es verde.
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