A los socialistas les escuece la presencia del gobernante que paró los pies a Marruecos. Rabat volverá a la carga sobre lo que su primer ministro califica como ciudades “ocupadas”.
El mundo al revés. Si los españoles quieren calibrar el alcance de la actual ofensiva contra Melilla y Ceuta, enésimo episodio del largo y persistente pulso marroquí contra las dos ciudades norteafricanas, no tienen más que coger las palabras del Gobierno y darles la vuelta. Así, el ministro de Fomento José Blanco dio ayer dos perlas muy significativas: que el conflicto “se va a arreglar de forma inmediata”; y que la visita de José María Aznar a Melilla “es una deslealtad” a España. Ni lo uno ni lo otro es cierto. Si concluyen el bloqueo y las agresiones de un apéndice cívico y más o menos encubierto del reino alauita en el paso fronterizo de Beni-Enzar contra Melilla, (lo cual está por ver), dentro de un tiempo Rabat volverá a la carga con nuevas presiones sobre lo que el mismísimo primer ministro Abbas el Fasi ha calificado de ciudades “ocupadas”. La presión de la llamada Coordinadora de la Sociedad Civil del Norte de Marruecos no es más que el principio. Y Rabat no dudará en intensificar las ofensivas, disfrazadas de movimiento cívico, aprovechándose justamente de la debilidad y el buenismo de un Gobierno que ha hecho bandera de la rendición preventiva.
Y tiene gracia que el Ejecutivo tilde de “desleal” a José María Aznar, cuando fue Zapatero quien, a la sazón secretario general del PSOE, acudió a Marruecos en 2001, en el momento más inoportuno, en contra de las recomendaciones del Gobierno, cuando Rabat había llamado a consultas a su embajador en Madrid. Está claro que a los socialistas les escuece la presencia del gobernante que paró los pies a Marruecos en la crisis de Perejil, en 2002, y al que no le tembló el pulso al defender a España. Porque el ex presidente deja en evidencia a los “desaparecidos” Zapatero y Moratinos. ¿Quiénes son los desleales a España? ¿El Gobierno que plantó cara a Rabat, defendiendo el territorio nacional? ¿O el que se encoge de hombros ante la actual crisis, dejando a su suerte a Melilla, permitiendo el bloqueo o el acoso y agravio a las mujeres policías?
Es importante que lo sepamos porque el pulso marroquí no ha hecho más que empezar. Cierto que la realpolitik y las relaciones de vecindad nos obligan a entendernos con el vecino del sur –y ahí se enmarcan acuerdos como el Tratado de Amistad y Cooperación de 1991–, pero sin olvidar un par de detalles. En primer lugar, que estamos ante una autocracia, que no sabe lo que es el Estado de derecho, con un régimen que no respeta los más elementales derechos humanos, con sus tristemente célebres mazmorras llenas de presos sin las más mínimas garantías, donde se persigue a los cristianos y donde la mujer tiene una consideración medieval, por ejemplo. Nunca ha sido una democracia ni lo ha pretendido. Obvio, ¿verdad? Menos para el Gobierno de Zapatero, que, a juzgar por lo que estamos viendo, sigue subido al guindo.
El segundo detalle, consecuencia del anterior, es que Marruecos nunca ha dejado de presionar a España con dos tipos de armas. Las territoriales, con la reivindicación sobre las dos ciudades autónomas; y las sociales, con la inmigración ilegal. Un día es Perejil, otro el paso de Beni-Enzar, la amenaza de extender el bloqueo a Ceuta o el acoso a las mujeres policías. El caso es reeditar, de variadas formas, nuevas Marchas Verdes tras las cuales están siempre los Gobiernos de Rabat. Nada va a cambiar en este sentido, mal que le pese al ministro Blanco; entre otras razones porque Mohamed VI, como su padre Hassan II, como otros dictadores, utiliza los conflictos internacionales para tapar las vergüenzas y abusos domésticos. Es el viejo adagio de los autócratas: no hay mejor forma de callar a los descontentos y de mantener la cohesión interna que inventarse un enemigo exterior. Sólo hace falta realimentar periódicamente el agravio.
Con el zapaterismo lo tienen mucho más fácil que con Aznar. El régimen alauita le tiene cogida la medida al Gobierno que se estrenó con una retirada (Irak), que sigue teniendo como asesor a un personaje como Cajal, partidario de “devolver” Ceuta y Melilla, y que aplica –a quien amenaza su frontera y lesiona sus intereses– la doctrina Cuba, consistente en regalarle dinero al agresor (en este caso un millón de euros, como acaba de hacer Exteriores). Es consciente del terrible e inexplicable complejo del apóstol de la Alianza de Civilizaciones frente a Marruecos en particular y el mundo islámico en general. Un Gobierno que se muestra contrario al velo, pero que ceba el radicalismo islamista al subvencionar a escuelas salafistas. Un Gobierno que por un lado presume de la igualdad de sexos, pero que, por otro, reacciona con una semana de retraso ante el acoso a las agentes en la frontera de Melilla, con la tardía condena de la ministra Aído. Un Gobierno missing ante la delicada situación que viven las dos ciudades autónomas, pero que endosa la responsabilidad de la tensión al Partido Popular, comenzando por un Rubalcaba que pidió al primer partido de la oposición que no visitara la frontera. Un Gobierno complaciente, incapaz de defender los intereses y el territorio español, rendido de antemano ante las demostraciones de fuerza. Un Gobierno que se enfrenta ante el acoso de un sátrapa con la peor de las estrategias posibles: con una rama de olivo en el pico.
T. Roosevelt: “Siempre se debe preferir la acción a la crítica”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario