martes, 10 de agosto de 2010

Cuando en el año 168 a. C. el cónsul Marcelo fundó la ciudad de Córdoba no podía imaginar lo que esperaba en el futuro a su obra.

Los brillantes siglos como colonia romana, su elección como capital del Califato islámico, seguida de altibajos durante los Taifas, un renacimiento tras la Reconquista y la decadencia provocada por la constitución de Sevilla en cabeza de Andalucía y aun de toda España. Según momentos, con la Casa de la Contratación, las flotas de Indias y la canalización del tráfico comercial y con el remate de la crisis del XVII. El declive cordobés lo retratan en el XIX con ojos sombríos los viajeros foráneos, ya sean Wilhelm von Humboldt, Davillier, Andersen, Edelfelt, H. Sienkiewicz o Borrow: “Córdoba es una ciudad horrible, con calles enormemente estrechas, lo que ha dado celebridad a los cocheros de la ciudad. Las casas muy malas y pequeñas. Sin embargo, en el interior, la casa de cualquier persona medianamente considerada es extrañamente limpia. No hay teatro, ni reuniones sociales, ni baile” (W. von Humboldt, 1800).

Exageraciones aparte, es normal que, tras el despegue turístico de los años sesenta del siglo pasado, los cordobeses y sus autoridades locales pugnen –con razón– por recuperar la notoriedad e importancia que la ciudad nunca debió perder. Y de ahí que promocionen, sin valoraciones de crítica histórica ni análisis culturales de fondo, cualquier cosa, grupo o persona que en el pasado tuviera relación con el lugar y sin prever los efectos futuros. Julio Anguita, en los ochenta, entregó iglesias desacralizadas a la incipiente y minúscula comunidad musulmana local, pensando de buena fe que hacía algo positivo, un gesto amistoso hacia el islam que sólo reportaría beneficios. Se equivocó: después vino la entrega de la Calahorra a la Fundación Garaudy, nada amistosa hacia la historia de España que no les gusta; y vino la exigencia permanente de ocupar para el culto mahometano la Catedral, antigua mezquita, la utilización de la ciudad por cuanto congreso o congresillo musulmán les peta organizar a Moratinos y su chistosa Alianza de Civilizaciones o a la World Islamic People Leadership, patrocinada por un país tan progresista como Libia.
El reclamo es siempre el mismo: recuperar “el espíritu de Al-Andalus”, simbolizado y resumido en la palabra Córdoba, sirviéndose en vano del santo nombre de la ciudad para difundir, como señuelo de paz, una fe religiosa que en la mayor parte de las ocasiones se ha impuesto por la violencia. Y soslayando la evidencia histórica de que en la Córdoba musulmana, la brillantez cultural y artística de algunos momentos, coexistió con sevicias crudelísimas contra cristianos, matanzas interétnicas, destrucción de monumentos (Medina Azahara fue arrasada por los bereberes del Ejército de Almanzor), abundantes ejecuciones y asesinatos públicos y privados de disidentes, persecución de filósofos moderadamente racionalistas (Averroes, Maimónides), a los cuales los musulmanes actuales, sin rubor alguno, tienen la desvergüenza de citar como ejemplo de lo que fue la tolerancia islámica, valiéndose de la ignorancia general de nuestra gente y de la vieja máxima de Goebbels (“Repite una mentira cien veces y se convertirá en verdad”). No es fácil revalorizar lo mucho que en Córdoba hay de bueno (incluida parte de la historia islámica de la ciudad) sin ceder terreno a elementos indeseables, pero ni beneficios turísticos ni un orgullo localista exacerbado justifican la utilización que se hace de esa palabra.
Una cadena de televisión de propaganda islámica en español, que ni en Marruecos quieren, viene a Tres Cantos a emitir, que lleva por nombre Córdoba, ante la inopia o la complicidad del Gobierno que debiera ser de la nación española y sólo es de Rodríguez; en Nueva York, justo en el lugar donde terroristas musulmanes –y que actuaban en nombre del islam– asesinaron a 3.000 personas, pretenden establecer una fundación cultural islámica, –aunque allí pinchan en hueso–, con el mismo nombre de Córdoba, modelo de convivencia y tolerancia, según sus autistas parlamentos; en cualquier lugar o momento vuelven a la carga con Córdoba como divisa.
Y cada vez estamos más hartos de tanto gato con nombre de liebre.

Intereconomía____________________

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