sábado, 20 de marzo de 2010

90.000 reclusos de EE.UU. son violados cada año


Plaga de reclusos violados
Presos del «California Institute for Men», en Chino, en condiciones de hacinamiento, en una imagen sin fechar distribuida oficialmente / AP
No menos de 90.000 reclusos en Estados Unidos son violados cada año. No menos de un 12 por ciento de los ocupantes de correccionales juveniles son asaltados sexualmente de forma repetida. Alrededor de un 2,6 por ciento de los que denuncian -que son sólo una pequeña parte del total- han sido agredidos por otros reclusos. En un 10,3 por ciento de los casos el autor de la agresión es un funcionario de la cárcel. En un 62 por ciento de los casos son mujeres carceleras las que abusan de hombres encarcelados.
¿De dónde salen estas cifras? De muchas partes y de ninguna. Hay que montarlas como un rompecabezas. Están los datos que recoge el Bureau of Justice Statistics, el brazo armado estadístico del departamento de Justicia del gobierno de Estados Unidos (http://bjs.ojp.usdoj.gov/index.cfm?ty=pbdetail&iid=2113). Están las 259 páginas del informe de la Comisión Nacional para la Eliminación de las Violaciones en Prisión, cuyo nombre lo dice todo.
El fiscal general de Estados Unidos, Eric Holder, tiene sobre su mesa este informe y una fecha límite -el 23 de junio de 2010- para decidir si adopta o no adopta las recomendaciones de la comisión. Lo cual supone poner en pie de guerra a todas las cárceles del país.
El sistema penitenciario norteamericano es de los más duros del mundo. Y no sólo por la pena de muerte o por Guantánamo. También fuera de allí se conoce el confinamiento solitario, un castigo que los psicólogos advierten que provoca locura si dura demasiado. Presos comunes con pasaporte estadounidense llevan lustros o incluso décadas así, encerrados sin ver nunca a nadie.
Pero hasta los más duros partidarios de la mano dura retroceden ante la idea de que la violación forme parte masiva y rutinaria de cualquier condena. Con el agravante de que las más de las veces el asalto queda impune. «La violación de los prisioneros americanos», titulaba «The New York Review of Books» un estremecedor reportaje que se iniciaba con el relato de unos menores de edad que padecieron años de horrendos abusos en una penitenciaría juvenil de Texas. Incluso cuando el escándalo saltó a los periódicos, los culpables fueron trasladados sin que se pudiera llegar a hablar de castigo.
Muy diferente es el caso, también en Texas, de Marilyn Shirley. A las tres de la madrugada un guardia la despertó, la sacó de su celda y la conminó a practicarle sexo oral. Al negarse ella, la estampó contra la pared y la violó. Shirley tuvo la presencia de ánimo de guardar durante los meses de condena que le quedaban las ropas manchadas con el esperma del violador. Al salir le denunció y ahora él es quien está en la cárcel.
Aberraciones
Pero este caso es una excepción. Es mucho más habitual lo contrario. O aberraciones como asignar a un preso menor de edad y deficiente mental a una celda compartida con un violador, al que encargaron la tarea de bañarle y cambiarle el pañal. Es fácil imaginar con qué resultado.
Las recomendaciones que el fiscal Holder tiene sobre la mesa destacan la absoluta necesidad de una supervisión externa e independiente de lo que pasa en las cárceles.
Los «lobbies» carceleros luchan por evitarlo alegando que eso dispararía el presupuesto de Estados Unidos en tiempo de crisis.
ABC.es
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