La última encuesta del CIS refleja la existencia de una sociedad
española descontenta, desconfiada, frustrada, empobrecida, llena de
tristeza y miedo al futuro, cargada de recelo y hasta de odio hacia sus
dirigentes políticos, divorciada del poder, sin fe ni esperanza en la
democracia y con una pésima opinión de su clase dirigente. Unos
resultados así deslegitiman el gobierno y harían dimitir a cualquier
político demócrata del mundo, salvo en España, donde la clase política
ha demostrado con creces su ineptitud, escasa ética y desprecio a la
democracia verdadera.
La última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS),
correspondiente al mes de noviembre, arroja datos que habrían hecho
dimitir en masa a los políticos españoles, si fueran demócratas y
decentes. La encuesta demuestra que el pueblo español los rechaza
mayoritariamente y los considera unos auténticos fracasados, indignos de
confianza y de ejercer el liderazgo.
Según esa ruborizante encuesta, el 67,5% de los españoles está “poco”
o “nada” satisfecho con la forma en que funciona la democracia en
España y más de la mitad, un 51,5%, tiene la misma opinión de la
Constitución.
Los políticos y sus partidos se afianzan como tercer gran problema de
España, después del desempleo masivo y de la crisis económica, aunque
en realidad, según numerosos sociólogos, deberían considerarse el primer
problema, ya que el pueblo culpa a los políticos de esos dos grandes
problemas de la nación.
Si a esas valoraciones negativas se agregan otras muchas que aparecen
en la encuesta, en la que, por ejemplo, el 76,1 %- considera que en
estos 34 años transcurridos desde la Constitución de 1978 ha existido
“poca” o “ninguna” preocupación para que en las escuelas y colegios los
niños conozcan las ideas de la Carta Magna, el varapalo y el rechazo de
los administrados españoles a sus administradores es sobrecogedor y bate
records en toda la Unión Europea y en buena parte del mundo civilizado.
Pero la pésima calidad de la mal llamada “democracia española” y,
sobre todo, de su clase política quedará demostrada y sancionada con la
falta de reacción oficial ante tamaño desastre. Nadie dimitirá en España
ante los resultados de la encuesta, ni pedirá perdón, ni rectificará,
demostrando así que España es un país liderado por una casta oprobiosa,
éticamente podrida y sin apego alguno a la democracia.
Si la opinión de los ciudadanos sobre la democracia española y sobre
sus políticos es mala, la de la mayoría de los expertos y observadores
independientes es pésima. La prensa internacional recoge con alarmante
frecuencia reportajes y análisis sobre la insensibilidad de los
gobernantes, la dureza de los desahucios, los errores ´mayúsculos de la
política económica, el avance hacia la desoladora recesión y la
incomprensible negativa de Rajoy a solucionar el mayor problema de
España, que es un Estado tan costoso y gigantesco, plagado de
instituciones inútiles y de políticos superfluos, que ningún país del
mundo, por muy rico que sea, podría sostenerlo.
Pero el gobierno de Rajoy, antes de adelgazar el monstruoso e injusto
Estado ha preferido meter la mano en la cartera de los ciudadanos,
acribillándolos a impuestos, recortar derechos y servicios vitales como
la educación y la sanidad y el cuidado y la protección de los más
débiles y desamparados, convirtiendo a España en un país que cada día
incrementa las filas del desempleo, empobrece a sus ciudadanos y obliga a
emigrar a cientos de miles de personas porque ya no pueden vivir con
dignidad en sus propio país.
La democracia es un sistema sostenido por dos columnas maestras: la
primera es un sistema de controles, pesos y contrapesos destinado a
limitar el poder de los partidos y de los políticos, sometiéndolos al
peso de la ley; la segunda es la confianza del pueblo en sus líderes.
Esas dos columnas han sido dinamitadas en España, donde los partidos y
los políticos disfrutan de un poder casi absoluto, sin controles ni
contrapesos, y donde un número cada día más considerable de ciudadanos
no sólo desconfían de sus dirigentes, sino que aprende a odiarlos.
Pero estas razones, algunos analistas políticos, entre los que me
encuentro, nos indignamos cuando se habla de la “democracia” española,
porque en realidad en España no existe la democracia, ya que al sistema
vigente le faltan todos sus rasgos fundamentales: confianza en los
dirigentes, una ley igual para todos, controles y contrapesos eficaces
al poder, separación de los poderes básicos del Estado, participación
del ciudadano en la toma de decisiones, castigo para los corruptos y
canallas incrustados en el Estado y en los partidos, una sociedad civil
fuerte e independiente, una prensa libre y crítica, capaz de fiscalizar a
los grandes poderes…. Lo correcto sería hablar de “sistema político
español” o de la “dictadura de partidos” española. Sería más justo,
veraz y científico.
Alerta Digital

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