El privilegio de los condenados a muerte en EEUU de pedir una última
comida especial puede ofrecer algunas claves inesperadas sobre los
mecanismos de una mente humana enfrentada de forma inequívoca a su
propia muerte.
Según un artículo de esMateria,
un grupo de investigadores de la Universidad Cornell analizó por
primera vez en profundidad las comidas escogidas por estos presos y,
para su propia sorpresa, descubrieron que había un patrón común.
Estudiado a fondo, el listado de últimas comidas no era una relación
aleatoria de menús, sino que conformaban un conjunto de platos que dicen
mucho sobre el surrealismo de las ejecuciones contemporáneas
Para empezar, los investigadores descubrieron que las comidas que
piden los reos no se parecen en nada al tópico extendido en libros y
encuestas entre celebridades sobre cuál sería su última cena. Ni jugosos
filetes de carne roja, ni bandejas de delicioso marisco.
Los condenados eligen comida rápida, en muchas ocasiones de marcas populares;
mucha caloría concentrada en importantes cantidades de comida basura.
La elección de marcas que encontramos en nuestro análisis podría venir
impulsada por un anhelo de familiaridad, de confort asociado con su
pasado, explica Kevin Kniffin, uno de los investigadores.
El 40% de los presos reclamó en su menú alguna marca concreta. La más
popular de todas es Coca-Cola, presente en el 16% de los 247 casos
estudiados (de 2002 a 2006). Las preferencias entre compañías de
fast-food están muy repartidas (McDonalds, KFC, Wendys) y tienen una
importancia vital para ese paladeo, último consuelo antes de afrontar su
castigo. Tanto es así que, por ejemplo, Thomas Grasso -ejecutado en
Oklahoma por ahogar a una anciana con un cable de bombillas de Navidad-
quiso que sus últimas palabras en este mundo antes de morir por
inyección letal fueran para quejarse del menú: No me dieron SpaghettiOs [una marca de pasta], me pusieron espaguetis. Quiero que la prensa lo sepa.
Restricciones
Los
reos tienen dos únicas restricciones: nada de alcohol y un tope de
gasto (flexible en función de la disponibilidad) que ronda los 40
dólares. Este detalle sería una traba importante para quien quisiera
pedirse alguna delicatessen, pero la relación de peticiones indica que
no van por ahí las voluntades de los condenados. De entre docenas de
casos analizados, sólo un preso de Ohio incluyó algo que pudiéramos
denominar comida de gourmet: salteado de setas, brócoli, ensalada de
lechuga verde con aliño francés, col, queso y filet mignon.
Lo cierto es que la apuesta es ultracalórica, ya que de media las peticiones suman más de 2.700 calorias en una sola comida:
por encima de la ingesta recomendada para todo un día para un adulto
sedentario. Los texanos hacen honor al estereotipo y los reos ejecutados
en el estado de la estrella solitaria pidieron menús que de media se
aproximaban a las 4.000 calorías; alimento suficiente para alimentar
convenientemente a un hombre durante dos días.
Mención aparte merece Gary Simmons, El Carnicero, quien logró que las
autoridades de Misisipí le sirvieran una merendola de 29.000 calorías.
El piscolabis incluía una ración doble de Pizza Hut Suprema con
champiñón, cebolla, jalapeños y pepperoni; una porción de pizza con tres
quesos, aceitunas, pimiento, chorizo, tomate y ajo; 10 paquetes de ocho
onzas de queso parmesano; un paquete familiar de Doritos de queso; ocho
onzas de nachos con jalapeños; cuatro onzas de jalapeños en rodajas;
dos batidos grandes de fresa; dos coca-colas de cereza; patatas fritas
supergigantes de McDonald con extra de ketchup y mayonesa; y dos
barriles de helado de fresa.
Un mensaje en el menú
Nada de tofu, nada de yogures, nada de frutos secos, poca verdura. Los
presos estudiados (sólo dos mujeres) se quisieron despedir con la
barriga llena de carne, esencialmente, y de comestibles poco
recomendables para el consumo habitual. El alimento que más aparece
(37,3%) es uno tan común como el pollo (ya sea frito, alitas, en
sandwich), seguido de hamburguesas (23,8%), filetes (21,8%), bacon
(17,3%) y pescado o marisco (8,8%). Además, dos tercios de los
ejecutados pidieron postre y en la mayoría de los casos no se
conformaban con uno solo: tartas, bollos, helados y chocolate, pedido
por el 17% de los presos y que los investigadores relacionan con el uso
que se hace de este alimento para enfrentar situaciones de estrés.
También es llamativa la escasa presencia de los platos de origen italiano:
sólo el 6,9% de los presos pidieron pasta o pizza, cuando se trata de
la comida favorita del 20,6% de los norteamericanos, según Oxfam. Lo más
probable es que estos patrones, como la ausencia de comidas
vegetarianas, estén reflejando los orígenes socioeconómicos de quienes
se encuentran en el corredor de la muerte en comparación con el resto de
la población, asegura Kniffin.
La ansiedad por ingerir más calorías en situaciones de inseguridad
está largamente documentada. En los meses posteriores a los atentados
del 11 de septiembre de 2011, el 9% de los ciudadanos de EEUU había
experimentado un aumento de peso, según el Instituto Americano de
Investigación Oncológica. Curiosamente, los alimentos que reclaman
forman parte de esa junk food que consumen los norteamericanos para
matar los ratos de aburrimiento, justo en los antípodas de la sensación
de ansiedad.
Por otro lado, no se puede descartar una lectura meramente cultural
del fenómeno, como demostraron estos mismos investigadores en 2010. Y es
que la representación pictórica de la última cena de Jesús con sus
apóstoles ha disparado el tamaño de las viandas hasta un 70% a lo largo
del último milenio: lo que en el medievo eran cenas frugales en la
actualidad son comilonas. Aunque tampoco se puede descartar,
simplemente, que los reclusos quisieran aportar algo de sabor a su
rutina al tener la primera oportunidad de saltarse el menú de la cárcel.
"Es probable que no comieran"
Investigador
de la Universidad Cornell. En cualquier caso, la principal pega del
estudio (y lo reconocen los propios autores) es no saber cuánto de lo
que pidieron los condenados acabó realmente en sus estómagos. Las
autoridades se niegan a ofrecer esa información, quizá porque un listado
repleto de platos semivacíos devueltos a la cocina daría muestra de la
tragedia de estos reos.
Es probable que al final no comieran nada, afirma Kniffin. Un dato de la investigación aporta luz sobre la importante proporción de estómagos que se cierran ante la inminencia de su ejecución: el 21% de los presidiarios renunciaron a esa comida. Y uno pidió una aceituna deshuesada. Una solo, y nada más.
"Si bien no existe evidencia de que un entorno inseguro contribuya al
consumo excesivo de alimentos, nuestro estudio proporciona una visión
única en una situación extrema: el futuro extraordinariamente corto y
oscuro al que se enfrentan las personas que esperan su ejecución",
concluye.
elEconomista.es
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