miércoles, 22 de febrero de 2012

«Bretón tiene la llave de dónde están sus hijos, vivos o muertos», según el juez

El auto, al que ha tenido acceso ABC, dice que estuvo nueve veces en quince días en la finca de Córdoba, sin que lo supiera su familia
 
El juez José Luis Rodríguez Lainz prorrogó el viernes la prisión de José Bretón, acusado de la desaparición de sus hijos Ruth y José. Si en su primer auto alegó que podía destruir pruebas, en este se basa en el riesgo de fuga, dado que se enfrenta a penas de hasta 18 años de prisión. «Solo el encartado tiene la llave de dónde se encuentran sus hijos, estén vivos o muertos», señala. Ponerlo en libertad, dice el magistrado, «podría dar al traste con cualquier intento de encontrarlos» y al verse presionado por la Policía podría acabar definitivamente con la vida de sus hijos, de estar vivos, o abandonarlos a su suerte.
El juez explica que los indicios contra Bretón no han hecho sino reforzarse y que hay elementos de convicción suficientes para que siga en la cárcel. El magistrado desgrana diecisiete elementos, que suma a los que ya apuntó en octubre. Concede especial trascendencia al informe pericial emitido por un experto en fotografía astronómica, adelantado por ABC.

Certeza, no estadística

Tras analizar las imágenes de cuatro cámaras de Córdoba —«tratarlas, que no manipularlas», explica el juez, para ayudar a ver aquello que el ojo humano puede ver con dificultad— concluye: «A las 17.58 horas del 8 de octubre no iba nadie en los asientos traseros del Opel Zafira del encartado. No es cuestión de estadística, sino de certeza».
El juez desbroza otros 16 elementos. Bretón estaba a las 13.50 minutos del 8 de octubre, es decir veinte minutos después de que los niños fueran vistos por última vez, en el entorno de la finca familiar de Las Quemadillas, según los datos de localización e imágenes grabadas. A partir de ahí la nada, hasta que a las 18.08 horas intercambia mensajes con su hermano. El tercer indicio es que ocultó a su familia que estaba en la finca, así como que había ido a ese lugar los días previos a horas intempestivas. En quince días acudió en nueve ocasiones, cuando no era nada habitual.
La tarde anterior a la desaparición, el viernes a las siete —«cuando tan deseoso estaba de encontrarse con sus hijos»— los dejó en casa de su hermana y fue a la parcela «con el capricho» de conseguir el número de teléfono de una antigua amiga para llamarla y quedar el fin de semana con ella. La excusa es «desconcertante», subraya Rodríguez Lainz.
Bretón demostró estar deliberadamente fuera de cobertura con su móvil, al no atender a los mensajes de su hermano. Dice el juez que fue capaz de variar toda la secuencia de acontecimientos de cuándo se enteró de que su mujer quería separarse con el fin de ocultar que había desconectado su teléfono. La información que proporcionó a su hermano, vía mensaje, esa tarde fue contradictoria. Le dijo que estaba en su coche, pero el móvil lo sitúa en el parque, y además le contó: «Esto está lleno de gente, he tenido que aparcar lejos».

Quemó dos naranjos

«Qué decir de la ahora inusitada velocidad de sus hijos, que casi le llevan a tardar menos tiempo que la acelerada comisión judicial», ironiza Lainz para evidenciar la imposibilidad física (avalado por las llamadas) de que Bretón realizara los movimientos que dijo hacer con sus hijos cuando los perdió. Otro detalle que desacredita su coartada: ambos niños no se despegaban de sus peluches; el de José, un burrito, y el de Ruth, una gatita. La gata apareció en el bajo del asiento trasero derecho del coche. La niña, sostiene el juez, no se habría desprendido de su juguete preferido recién regalado en su cumpleaños por ir apresuradamente al parque.
El auto señala que no hay ni un testigo o grabación que viera al padre con los críos en el parque (se han revisado 40 minutos de imágenes); que reconoció a un policía que era el responsable de la desaparición de los niños y que compró «Orfidal» y podría habérselo suministrado a los pequeños.
Según el juez, intentó desenfocar a la Policía encendiendo una hoguera con restos de huesos, tirando bolsas de basura delante de unas cámaras y pregonando que iba a hacer obras en la finca, pese a que no se ha hallado ni rastro de ellas. La hoguera la hizo de forma premeditada, a última hora, antes de salir hacia el parque. Estuvo a punto de quemar dos naranjos y de provocar un incendio. No quemó papeles de Ruth, ni ropa abandonada ni huesos de las prácticas de ella, sino un chaquetón en pleno uso. Todo un símbolo. Rodríguez Lainz afirma que es «una de las más concienzudas y complejas investigaciones que se han llevado a cabo tanto a nivel policial como judicial en supuestos de amplio calado social como éste».
 ABC

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