«Las broncas eran por cualquier cosa, por nimia que fuera. La más gorda fue porque le dije que recogiera sus zapatillas. Fuera de sí, me dio patadas, empujones, me zarandeó y me lanzó contra la cama. Acabé en el hospital llena de golpes y moratones; fue el médico el que denunció, yo no podía... ¡Es mi hijo!». Ese es el relato de María (nombre ficticio), de 40 años, acerca de los malos tratos a los que era sometida por parte de su hijo mayor, al que llamaremos José, de 17 años.
De eso han pasado ya seis meses; ahora el joven cumple una medida de internamiento de un año en un centro de menores de Madrid especializado en estos casos, El Laurel. Fue el castigo que le impuso el juez de Menores, junto a una orden de alejamiento de sus padres por cinco meses, medida que se revocó a los tres por la evolución de José.
Con la perspectiva que da el paso del tiempo, esta madre ha querido rememorar para ABC la dramática situación que vivió durante casi dos años. «Todo comenzó cuando dejamos Madrid y nos vinimos en 2009 a vivir al pueblo —cuyo nombre prefiere omitir—. Mi hijo, que nunca nos había dado ningún problema a mi marido y a mí, empezó a causarlos. El primero fue no querer estudiar. Decía que quería ser mayor para ganar más dinero, pero ese no era el sistema...».
A partir de ahí, los cambios fueron drásticos, y, con ellos, la pérdida gradual de respeto hacia sus progenitores. «Se oponía a todo por sistema. Era el “no” por el “no”. Al horario de llegada a casa, a hacer sus tareas... Estaba lleno de ira; razonar con él era imposible y se sucedían las peleas, sobre todo, cuando estábamos los dos solos en casa. La violencia no era solo verbal. Iba acompañada de insultos, amenazas y agresiones. Con su padre se encaraba mucho, se enfrentaba y se envalentonaba; y, aunque nunca nos ha pegado de forma directa, las agresiones eran constantes».
También las dirigía contra sí mismo, nunca hacia su hermana menor, Marta, de 12 años. «Daba puñetazos y golpes a cualquier cosa, y rompía lo que se le ponía por delante; por ello, cuando ingresó en el centro de menores, tenía los nudillos destrozados...».
«Te anulan de su vida»
Son una familia normal, de clase media, que no responde al tópico de «niño tirano por la excesiva complacencia de los padres», afirman. «Te sientes perdido, de repente. Lo que siempre había funcionado, las normas, el diálogo, deja de hacerlo. Ves cómo te anulan de su vida, te dan la espalda y te pierden el respeto», añade María, refiriéndose a la actitud de José. «Fuera de casa era encantador y se portaba fenomenal cuando se iba con sus tíos; pero al llegar a casa parecía que venía al matadero».
José no obedecía, no se le podía decir nada y dejó de pedir permiso para hacer determinadas cosas: se marchaba directamente y hacía lo que le venía en gana, agrega. «Los fines de semana, en lugar de venir a las doce, llegaba a las tres, a las cinco... Y su padre y yo en el sofá, atacados. Beber no sé sí bebía, pero sí fumaba marihuana, y terminó abandonando el instituto». La pregunta diaria de su marido entonces era «¿Te ha hecho algo?». «No le teníamos un miedo atroz, pero sí temor. Yo, por lo que pudiera pasar, me acostaba con un bolsito en el que guardaba el móvil y dinero. Por si tenía que salir corriendo y para que no me cogiera las cosas».
Las monumentales broncas, en las que su hijo llegó a amenazar con matarse, cuchillo en mano, alertaban al vecindario, que avisaba a la Policía. «La primera vez que vinieron a casa te asustas; luego es pura rutina», dice María con tristeza. Pero ¿cómo reaccionaba José 1 «No le daba importancia a lo que había hecho, se justificaba y decía que no era para tanto. Cuando él se iba dando un portazo, era porque sabía que la había “cagado” ; sin embargo, a la vuelta, me preguntaba, “¿Qué pasa, gordi?”».
María y Paco, desde el primer momento, buscaron ayuda y acudieron a terapia, pero su hijo se negó a asistir. «Hasta mi madre, que al final se acabó enterando, me dijo que le denunciara y ¡le adora!; nosotros no podíamos. No sabíamos qué iba a pasar; adónde iba a ir; esperábamos que pasara algo que pusiera fin a la pesadilla. Al final, nos dimos cuenta de que lo mejor para todos era que saliera de casa, para que valorara lo que tiene».
Eso ocurrió a partir de la denuncia del médico de Urgencias que la atendió en julio de 2010. Tras ello, se activó el protocolo y se celebró un juicio rápido, en el que María declaró contra su hijo. «Es durísimo, lo mismo que cuando vino la Guardia Civil a por él y se lo llevaron al centro. Sabes qué me dijo: “¿No te irás de mi lado, no?”. Paco y yo fuimos detrás del furgón y él nos lanzaba besos. ¡Era surrealista! Yo creo que están muy perdidos y responden haciendo daño».
Ahora, su hijo es otro. «Le ha cambiado el semblante, está relajado, reconoce el maltrato —pocos lo hacen— y sabe que está en el lugar adecuado. Todos estamos aprendiendo... Sobre todo, que no hay culpables», añade María.
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