
Lo más extravagante de su comparecencia es que dedicó una buena parte de su intervención a explicar un programa que ya no podrá materializar. «Quería encabezar un proyecto socialdemócrata, quería movilizar las energías del país para combatir el paro, quería abrir espacios de participación...». Palabras que suenan muy bien y que podrían haber atraído a la militancia socialista, pero que ahora se las lleva el viento.
Pero lo esencial del discurso de Chacón no fue esta apelación nostálgica a lo que pudo haber sido y no será, sino la denuncia de «una escalada que pone en riesgo la unidad del partido, la autoridad del presidente y la estabilidad del Gobierno». Acusaciones muy graves que tenían un claro destinatario: Rubalcaba, cuyas maniobras -a juicio de la ministra y dirigente socialista- han puesto al borde del abismo a Zapatero y al Gobierno.
Carme Chacón daba así a entender que ella ha optado por sacrificarse para liberar al presidente del chantaje al que Rubalcaba y el núcleo duro del partido le estaban sometiendo al exigirle un congreso en lugar de primarias. Expresado de otra manera, vino a decir que no les importaba llevarse por delante al Gobierno con tal de hacerse con el control del partido.
Está por ver si Rubalcaba, Blanco, López y la vieja guardia del PSOE se habrían atrevido a consumar su desafío, pero Chacón tiene razón en que la propuesta de celebrar un congreso en lugar de primarias estaba encaminada a doblegar a Zapatero y a hacerle perder la secretaría general.
Rubalcaba nunca ha querido la celebración de primarias y la propia antevíspera del Comité Federal en el que Zapatero anunció que no volvería a presentarse estuvo a punto de convencerle de que renunciara a ellas. Pero el presidente se resistió a la presión y optó por ser consecuente con sus convicciones. Ello no obsta para que ahora Rubalcaba se haya salido con la suya, ya que ha logrado eliminar de la carrera a su única adversaria y, por tanto, tiene garantizada la nominación a través de un proceso que será doblemente grotesco si Zapatero se empeña en llamarle primarias para salvar la cara.
La jugada de Rubalcaba y los suyos ha sido maquiavélica porque han sabido calibrar en todo momento hasta dónde estaba dispuesto a resistir Zapatero. El presidente plantó cara inicialmente a los conjurados, pero al final no ha sido capaz de mantener el pulso ni 48 horas y ha sacrificado la oportunidad de dejar el futuro del PSOE en manos de sus militantes a cambio de poder acabar la legislatura si los mercados se lo permiten.
Nadie ha salido ganando de esta crisis porque, si bien es cierto que Zapatero y Chacón no han resistido el órdago de sus adversarios, tampoco Rubalcaba y Blanco salen bien parados de una operación que ha puesto de relieve que colocan sus ambiciones personales por encima de los derechos de los militantes e incluso de la estabilidad del Gobierno.
El balance final de la batalla es que Carme Chacón se ha rendido en las primeras escaramuzas, Rubalcaba sale muy tocado por jugar demasiado fuerte y Zapatero ha quedado hundido en el océano de la irrelevancia porque todos sabemos que sus presuntos subordinados le han echado un pulso, lo han ganado y son los que mandan tanto en Ferraz como en La Moncloa.
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