«Cometí una falta terrible y tengo profundo remordimiento». Estas fueron las palabras del químico Harry Gold, el día que fue condenado a 30 años de prisión por vender secretos nucleares a la Unión Soviética.  La sentencia publicada por ABC el 10 de diciembre de 1960, hace hoy 60  años, cerraba uno de los episodios de espionaje más importantes del  siglo XX, en un momento crucial de la historia contemporánea: la carrera  desesperada, durante Segunda Guerra Mundial, por ser la primera  potencia en fabricar la bomba atómica.
Gold, nacido en Suiza pero nacionalizado estadounidense,  había sido detenido seis meses antes por agentes de la Oficina Federal  de Investigaciones, «acusado –según explicaba ABC– de haber entregado el  secreto de la bomba atómica a la Unión Soviética, en colaboración con  el espía atómico británico, doctor Fuchs».
EE.UU. tenía el «Proyecto Manhattan» y la URSS la «Operación Borodino»
Aunque muchos historiadores han puesto en duda la relevancia de los secretos desvelados por Gold y Klaus Fuchs –Estados Unidos, de hecho, ganó la carrera atómica al realizar la primera prueba nuclear de la historia («Prueba Trinity», en 1945) y producir las bombas de Hiroshima y Nagasaki–,  lo cierto es que los intentos por ser el primer país en hacerse con  esta arma de destrucción de dimensiones desconocidas hasta entonces,  puso en jaque a los servicios de inteligencia de las principales  potencias mundiales entre 1939 y 1945. 
Mientras Estados Unidos desarrollaba el conocido «Proyecto Manhattan», responsable de las bombas de Nagasaki e Hiroshima, los nazis tenían el «Proyecto Uranio» y los soviéticos la «Operación Borodino». La «batalla» atómica, que continuó una vez iniciada la Guerra Fría, se jugó en muchos frentes.
Gold, el reacio comunista
Gold, «ese soltero tímido de ojos tristes de Filadelfia» –como lo definió el periodista e historiador Allen M. Hornblum  en «El invisible Harry Gold: el hombre que dio a los soviéticos la  bomba atómica» (Universidad de Yale)–, era un recluta reacio a la causa  comunista en 1930, que incluso se resistió a las arengas soviéticas de  un amigo de la juventud. Pero, finalmente, e «impresionado por el hecho  de que la Unión Soviética se había convertido en el primer país en hacer  del antisemitismo un crimen contra el Estado», se decidió, alrededor de  1934, a llevar a cabo acciones de espionaje contra su empresa, Pennsylvania Sugar Company, cuyos productos eran de interés para la URSS.     
«Quería ayudar a una nación cuya finalidad yo apruebo»
«Para evitar ser vigilado –contaba Hornblum en su libro–,  caminaba por el lado oscuro de la calle y comía en restaurantes con  cabinas en lugar de mesas al aire libre». «Nadie podría sospechar que el  hombre rechoncho de aspecto extraño y expresión triste era un espía  soviético que comerciaba con secretos industriales y militares», añadía.  
Pero así fue, tal y como reconoció cuando fue detenido y  juzgado. Se dedicó a entregar información vital de carácter atómico a  los comunistas: «Quería ayudar a una nación cuya finalidad yo apruebo,  al mismo tiempo que para reforzar su poderío industrial». Gold contó que recibía la información de Fuchs, físico teórico alemán que participó en el «Proyecto Manhanttan», en el importantísimo Laboratorio Nacional de Los Álamos,  que luego entregaba a su vez a un individuo encargado de hacerla llegar  a Rusia. Aquel fue el punto culminante de su carrera como espía, poco  después de entrar en contacto con Fuchs, condenado más tarde a 14 años  de prisión. 
Los Rosenbergs, ejecutados
En 1950, cinco años después de que Hiroshima y Nagasaki  fueran devastadas, la Policía británica y estadounidense consiguieron  acabar con aquella red de espionaje soviético que tantos éxitos había  cosechado durante la Segunda Guerra Mundial. Primero fue arrestado el  doctor Fuchs. Después, Gold, que logró salvar su propia vida tras  testificar y traicionar a otros camaradas, como los hermanos  Julius y Ethel Rosenberg , que se convirtieron en los primeros civiles de la historia de Estados Unidos ejecutados por espionaje.    
«Gracias a los actos de traición, la URSS fabrica hoy la bomba atómica»
«Gracias a diferentes actos de traición, la URSS fabrica  hoy la bomba atómica», aseguró Owen Brewster, un senador republicano, el  día en que Gold fue condenado. Y añadió: «Este estado de cosas debe ser  tenido en cuenta para decidir si es conveniente aplazar el empleo de la  bomba atómica para un día fatal». 
 Gold sólo cumplió 16 de los 30 años,  saliendo de la cárcel en 1966 y convirtiéndose en un profesor de  universidad y químico de renombre en la Alemania Democrática, a donde se  exilió nada más ser puesto en libertad.
  

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