domingo, 11 de abril de 2010

Las claves de cómo es y qué piensa un terrorista suicida. Incremento de este tipo de atentados

Desde la concepción occidental de la vida, la mera idea de ajustarse un cinturón con explosivos e inmolarse en un lugar público para causar el mayor número de víctimas posible resulta inconcebible. Este es el papel de los famosos terroristas suicidas, jóvenes de todo el mundo y de toda condición que están dispuestos a sacrificar sus vidas por sus creencias e interpretaciones radicales de los textos sagrados. ¿Cómo son? ¿Dónde se les recluta? ¿Se les lava el cerebro o son plenamente conscientes de sus actos? Las claves de esta clase de terroristas aún son motivo de discusión para los expertos mientras los atentados suicidas se han incrementado de manera exponencial en los últimos años.

Borja de la Mota.

Realizar una radiografía de la mente de un terrorista suicida que nos proporcione una imagen clara de lo que puede pasar por la cabeza de estos individuos es un ejercicio ímprobo que trae de cabeza a expertos, científicos y analistas de medio mundo. Por razones obvias, los informes psicológicos sólo se pueden realizar a posteriori, con interrogatorios a activistas cuyos atentados fueron frustrados o a los conocidos de los que se inmolaron, y siempre con los inconvenientes que suponen las conjeturas. Lo cierto es que los datos obtenidos a lo largo de los últimos años arrojan conclusiones y patrones de conducta sorprendentes.

Al contrario de lo que la mayoría de la gente pudiera pensar, los terroristas suicidas no son individuos de estratos pobres, fanáticos incoherentes esculpidos durante años en madrazas (escuelas coránicas), de escasa o nula preparación cultural y sin arraigo familiar o social.

Sin embargo, la impresión que llega comúnmente a los ciudadanos, la presentada día tras día de modo recurrente como el perfil habitual de estos terroristas por gobiernos de todo el mundo, dista mucho de la realidad. Según los expertos, esta estrategia va encaminada a orientar el odio social. En este sentido, la población civil puede focalizar su rechazo y animadversión sobre individuos que considere locos, desequilibrados o fanáticos de un modo más fácil que sobre aquellos que se presentan cabales, dueños de sus actos y con un alto nivel educativo y cultural.

Los psicólogos califican a esta clase de individuos como ’suicidas altruistas’, casos en los que el activista ve subyugado su poder de obrar ante el interés del conjunto de la sociedad. De este modo, el suicida cree que con sus actos está ayudando a sus congéneres a vivir mejor. Este patrón de conducta ha llevado, durante mucho tiempo, a pensar que los terroristas suicidas eran individuos asociales rechazados dentro de su comunidad y que se inmolaban como medio para obtener el reconocimiento que les faltaba en vida.

Lo cierto es que, por lo general, esta clase de atentados suelen darse enmarcados en la llamada ’guerra de guerrillas’ y con un objetivo claro: erosionar la moral de la ciudadanía y debilitar con ello al gobierno enemigo. Pero, ¿qué busca un terrorista suicida al inmolarse en un lugar público causando decenas de víctimas inocentes? En primer lugar, es de destacar que, en esta clase de terrorismo, es el suicida el que elige el lugar y el momento idóneo para perpetrar el atentado. Asimismo, la relación entre simplicidad, bajo coste y la eficacia lograda con este tipo de ataques es muy elevada lo que le supone al terrorista una gran ventaja. Por otro lado, las posibilidades de que el suicida sea capturado y, de este modo, revele información sensible son mínimas y, por último, y quizás la motivación más importante, es el altísimo nivel de impacto social y mediático que gozan este tipo de atentados.

Un atentado suicida busca causar hostigar a través de dos vertientes bien diferenciadas. Por un lado, el daño implícito en el propio ataque: los muertos, los daños materiales, el terror y el trauma de la población civil. Por otro, el impacto mediático. La sociedad globalizada ha permitido a este tipo de grupos terroristas publicitar sus atentados a escala mundial esparciendo la sensación de vulnerabilidad y de miedo por los cinco continentes.

Perfil geográfico

Otra de las grandes dificultades que se encuentran los expertos a la hora de dibujar un perfil homogéneo sobre los terroristas suicidas es que los patrones de estos varían de manera considerable según el conflicto en el que se vean inmersos. De este modo, los activistas chechenos presentan unas características diferentes a los iraquíes, los afganos, los magrebíes o los árabes.

La complejidad psicológica de estos individuos es inmensa. Expertos de todo el mundo aún no han llegado a un acuerdo acerca de los patrones mentales que caracterizan a los terroristas suicidas. Daniel Esquibel, especialista en Psicología Social, cree que “el activista que acaba con su vida y con la de los demás dramatiza con sus actos una problemática inconsciente”. Otra de las teorías de Esquibel es la que señala que "el terrorista suicida externaliza con sus actos un inmenso terror que lo acompaña y lo constituye desde etapas muy tempranas de su vida". Asimismo, apunta a que estos individuos sufren “marcados impulsos destructivos, tendencias antisociales, ideas delirantes de carácter paranoide y una profunda escisión de su personalidad”.

Uno de los campos de batalla donde más se han dado ataques terroristas por parte de suicidas ha sido Oriente Próximo. El conflicto palestino-israelí ha visto cómo, en los últimos años, las inmolaciones en lugares públicos se triplicaban. El perfil del suicida palestino es el de un varón de entre 18 y 27 años, con una marcada ideología religiosa, soltero, con una educación media o superior y con experiencia en actividades insurgentes. En el caso de la organización palestina Hamás, los candidatos a suicidarse en atentados contra Israel fueron, en su mayoría, reclutados en mezquitas o centros religiosos, lo que viene a reforzar la teoría del Mossad, los temidos servicios secretos hebreos, que apunta a estos lugares como “fábricas del terror”.

Otro de los rasgos que varía según el área geográfica donde se perpetre el atentado es el objetivo en sí mismo. Mientras en Oriente Medio se prefiere atacar centros urbanos o medios de transporte, en Iraq los objetivos son las grandes concentraciones de gente como mercados o comisarías y en Afganistán se atacan cuarteles o edificios de la coalición internacional. Por su parte, los terroristas chechenos buscan la mayor repercusión mediática posible y de ahí que sus atentados más sonados hayan sido en Moscú, capital de la Federación Rusa.

Una característica que hace especialmente crueles los atentados suicidas en Afganistán es el uso de niños y deficientes mentales para llevarlos a cabo. Mientras en otros lugares del planeta se descartan sendos grupos sociales por considerarlos no aptos intelectualmente para llevar a cabo esta clase de atentados, los talibanes utilizan a los pequeños y a los enfermos mentales en sus ataques porque despiertan menos sospechas entre los soldados occidentales.

Mujeres bomba, ¿mártires o víctimas?

Los atentados de la semana pasada en el metro de Moscú llevados a cabo por dos terroristas chechenas han vuelto a poner de manifiesto el papel protagonista del que disfrutan las mujeres en este tipo de ataques. El origen del terrorismo suicida femenino se sitúa a principios de la década de los 90, cuando los Tigres Tamiles de Sri Lanka empezaron a utilizar a jóvenes de la región para atacar controles policiales y oficinas gubernamentales. Desde entonces, el protagonismo femenino en los atentados suicidas no ha hecho más que crecer, llegando a ser mayoritario en algunas regiones como Chechenia o el Kurdistán.

Según Pedro Baños, profesor de Estrategia y Relaciones Internacionales de la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas, “existen dos motivaciones principales para el uso de mujeres en actividades terroristas suicidas: las personales y las grupales”. De este modo, dentro de las primeras nos encontraríamos la venganza, la presión social, la desesperación, la reivindicación de igualdad, la emulación de otras suicidas o el recuperar el honor perdido como las grandes motivaciones personales. En cuanto a las grupales, Baños apunta a la escasez de candidatos masculinos para esta clase de atentados, a las ventajas tácticas, a la escasez de formación necesaria, al efecto sorpresa o al impacto mediático.

En un informe que el profesor Baños realizó para el Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional (Ceseden), se señalan las ventajas tácticas de las que gozan las mujeres. Ellas pueden acceder a zonas restringidas a los hombres, su indumentaria tradicional en algunos lugares del mundo favorece el uso de artefactos explosivos y los controles a los que se ven sometidos son, normalmente, más laxos.

Al contrario que sus compañeros masculinos, las terroristas suicidas responden a dos perfiles claramente definidos. Por un lado, nos encontramos con las ’viudas negras’: hijas, madres o hermanas de activistas islámicos que han visto cómo las fuerzas opresoras aniquilaban o torturaban a sus familiares y están motivadas por una sed de venganza. Como norma, los grupos terroristas se valen de la manipulación para moldear a estas mujeres que, a menudo, sufren depresiones y otros trastornos psicológicos, y lograr que en enrolen en operaciones suicidas. Este perfil es el habitual en las activistas chechenas o kurdas que han sufrido durante años el acoso de las fuerzas militares rusas y turcas, respectivamente.

El segundo perfil de mujer suicida es el de una joven universitaria (entre el 30 y el 40 por ciento son licenciadas o diplomadas superiores), soltera, sin experiencia terrorista previa, de clase media o media-baja, con creencias religiosas moderadas pero que, tras un prolongado proceso de captación, se ve inmersa en una espiral de activismo que desemboca en un atentado suicida.

Es habitual que los grupos insurgentes, especialmente los de Oriente Medio, mancillen el honor de estas mujeres acusándolas de fornicación o adulterio. De este modo, las jóvenes son repudiadas por su comunidad y sólo ven en la inmolación y el automartirio el modo de resarcirse públicamente.

¿Incita el Corán a esta clase de atentados?

La gran mayoría de los grupos terroristas que llevan a cabo atentados suicidas apelan a la Yihad para justificar este tipo de ataques. La Yihad o ’Guerra santa’ es un término que recoge el texto sagrado del Islam, el Corán, para justificar la lucha de los musulmanes contra los infieles y cruzados. Pero, al mismo tiempo, este libro sagrado prohíbe de forma explícita el asesinato y el suicidio.

Debido a que las interpretaciones del Corán pueden ser muchas y de muy variado signo, los terroristas manipulan los versos recogidos en él para justificar sus propios actos. Sea cual sea la motivación de los terroristas suicidas, lo cierto es que suponen una grave amenaza para la paz y el bienestar de millones de ciudadanos de todo el mundo y, sobretodo, una amenaza creciente y que, por desgracia, está logrando ataque tras ataque su objetivo: sembrar el terror y la muerte.

ElImparcial (Editorial Imparcial de Occidente SA)
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