Salieron de su casa, de su tierra en Galicia, sin despedirse de sus
amigos, sin dejar sus señas, cambiando de identidad y callando todos los
recuerdos de su infancia, ocultando lo que les gustaba o no,
aprendiendo a vivir entre escoltas con sus armas como juguetes.
Ricardo
hijo se ha hecho hombre sin la oportunidad de socializarse como
cualquier niño, en el colegio con sus compañeros, hablando de lo que la
vida va descubriéndonos. Él y sus hermanos dependían de que los tutores
que les pusieron para educarles sin salir de casa fuesen capaces de
aguantar una situación en la que muchas veces, los escoltas encargados
de su seguridad, los encerraban y escondían ante cualquier movimiento
sospechoso.
"Tuvimos varios y ninguno nos duraba", dice Ricardo,
hasta que llegó un día en que su educación se convirtió en capítulo
cerrado: "Nadie se ocupó de formarnos para la vida que se supone, algún
día tendríamos derecho a hacer en libertad".
Ahora, pasados los
años, identifica sus sentimientos y los de sus hermanos como la ansiedad
que sufre cualquiera privado de libertad sin saber el motivo. "Todos
tenemos secuelas, mis hermanos y yo nos sentimos distintos a los demás,
nos cuesta mantener contacto con la gente, aunque somos abiertos, nos
queda ese miedo a cometer alguna indiscreción, no hemos aprendido a ser
como los otros niños, la espontaneidad de la infancia nos la
prohibieron. La vida que hemos llevado ha sido la de fugitivos y nunca
sabíamos por qué, el sentimiento de culpa con el que vivimos no tenía un
motivo concreto. Sobrevivimos, pero la vida para nosotros se terminó
con la operación Nécora".
Habla de poder volver a su tierra Galicia y
la morriña del gallego se acentúa con la pérdida de esperanza de algún
día poder recorrer sus antiguos caminos diciendo su verdadero nombre.
Ricardo
empezó a contar su verdad, a través de Facebook. Al principio
tímidamente publicaba documentos que probasen la veracidad del abandono
sufrido por las autoridades que les usaron y poco a poco la red le
proporcionó contactos, personas que ante su caso se unían compartiendo
en su muro lo que el publicaba, recomendándole amigos.
Siempre
agradecía a la gente los mensajes de solidaridad, los espacios suyos
publicados en los muros de personas que, sin conocerle, se rendían ante
las pruebas que publicaba. Sus contactos en muy poco tiempo llenaron una
gran lista que él, asombrado, cuidaba todos los días al volver de su
trabajo.
Un día, y sin previo aviso, la casa en la que vivieron
su tragedia y la pensión como pago por los servicios del padre, se les
retiró. Sin oficio ni cotización a la Seguridad Social, sin hogar y sin
esa escolta que les protegía en su encierro, tuvieron que empezar una
vida para la que no se les había preparado.
Su página de FB logró
devolver la capacidad de creer a este hombre, que sigue peleando por
recobrar una infancia que les arrebataron cuando la ley de protección de
testigos tomó el protagonismo de sus vidas. Ahora esa página se la han
cerrado, ninguno de sus contactos puede comunicarse con él: de nuevo, y
coincidiendo con la salida de la cárcel de los narcotraficantes, Ricardo
Portabales hijo ha sido encerrado.
En el aire quedan sólo
preguntas ¿dónde está Ricardo, cuál es su identidad, cómo se le puede
ayudar? Algo huele mal en la ley de protección de testigos. Mientras
sucede todo esto que les cuento, en la red se abre una página por el
derecho a la libertad de expresión de Ricardo Portabales JR en la que
todos aquellos que quieran pueden dejar sus comentarios y apoyo a estas
personas que durante su infancia sufrieron un secuestro amparado por la
ley.
Ricardo hijo se ha hecho hombre sin la oportunidad de socializarse como cualquier niño, en el colegio con sus compañeros, hablando de lo que la vida va descubriéndonos. Él y sus hermanos dependían de que los tutores que les pusieron para educarles sin salir de casa fuesen capaces de aguantar una situación en la que muchas veces, los escoltas encargados de su seguridad, los encerraban y escondían ante cualquier movimiento sospechoso.
"Tuvimos varios y ninguno nos duraba", dice Ricardo, hasta que llegó un día en que su educación se convirtió en capítulo cerrado: "Nadie se ocupó de formarnos para la vida que se supone, algún día tendríamos derecho a hacer en libertad".
Ahora, pasados los años, identifica sus sentimientos y los de sus hermanos como la ansiedad que sufre cualquiera privado de libertad sin saber el motivo. "Todos tenemos secuelas, mis hermanos y yo nos sentimos distintos a los demás, nos cuesta mantener contacto con la gente, aunque somos abiertos, nos queda ese miedo a cometer alguna indiscreción, no hemos aprendido a ser como los otros niños, la espontaneidad de la infancia nos la prohibieron. La vida que hemos llevado ha sido la de fugitivos y nunca sabíamos por qué, el sentimiento de culpa con el que vivimos no tenía un motivo concreto. Sobrevivimos, pero la vida para nosotros se terminó con la operación Nécora".
Habla de poder volver a su tierra Galicia y la morriña del gallego se acentúa con la pérdida de esperanza de algún día poder recorrer sus antiguos caminos diciendo su verdadero nombre.
Ricardo empezó a contar su verdad, a través de Facebook. Al principio tímidamente publicaba documentos que probasen la veracidad del abandono sufrido por las autoridades que les usaron y poco a poco la red le proporcionó contactos, personas que ante su caso se unían compartiendo en su muro lo que el publicaba, recomendándole amigos.
Siempre agradecía a la gente los mensajes de solidaridad, los espacios suyos publicados en los muros de personas que, sin conocerle, se rendían ante las pruebas que publicaba. Sus contactos en muy poco tiempo llenaron una gran lista que él, asombrado, cuidaba todos los días al volver de su trabajo.
Un día, y sin previo aviso, la casa en la que vivieron su tragedia y la pensión como pago por los servicios del padre, se les retiró. Sin oficio ni cotización a la Seguridad Social, sin hogar y sin esa escolta que les protegía en su encierro, tuvieron que empezar una vida para la que no se les había preparado.
Su página de FB logró devolver la capacidad de creer a este hombre, que sigue peleando por recobrar una infancia que les arrebataron cuando la ley de protección de testigos tomó el protagonismo de sus vidas. Ahora esa página se la han cerrado, ninguno de sus contactos puede comunicarse con él: de nuevo, y coincidiendo con la salida de la cárcel de los narcotraficantes, Ricardo Portabales hijo ha sido encerrado.
En el aire quedan sólo preguntas ¿dónde está Ricardo, cuál es su identidad, cómo se le puede ayudar? Algo huele mal en la ley de protección de testigos. Mientras sucede todo esto que les cuento, en la red se abre una página por el derecho a la libertad de expresión de Ricardo Portabales JR en la que todos aquellos que quieran pueden dejar sus comentarios y apoyo a estas personas que durante su infancia sufrieron un secuestro amparado por la ley.
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