Catorce kilos menos y no pocos incidentes entre
rejas. El asesino Giménez Arbe tilda la prisión de Monsanto como el
«Guantánamo portugués». Es su táctica para que lo trasladen a España
Un
colchón extendido sobre un altillo de cemento, un plato de ducha, un
retrete, un lavabo de acero inoxidable, un cajón metálico para la
televisión, una ventana y dos puertas. Así es la celda que Jaime Giménez Arbe, «el Solitario»,
ocupa desde el 26 de julio de 2007 en la cárcel portuguesa de máxima
seguridad de Monsanto, con traslados intermitentes a prisiones españolas
para ser juzgado de la treintena de atracos a bancos que se le
atribuyen.
Su
última «expropiación forzosa», como él denomina a los asaltos, ocurrió
en Toro (Zamora) el 18 de mayo de 2007, un par de meses antes de que lo
detuvieran en Figueira da Foz (Portugal) cuando se disponía a dar otro
golpe. Cayó en una celada policial después de trece años de fallida
persecución. La Policía y la Guardia Civil colocaron un GPS en su
furgoneta «aprovechando» una visita al taller y lo siguieron desde la
localidad madrileña de Las Rozas hasta el país vecino. Esta semana ha
vuelto a España, donde quiere cumplir los 47 años que le impuso la
Audiencia de Navarra por matar a dos guardias civiles en Castejón en
junio de 2003. Pasará un par de meses en cárceles nacionales —ahora está
en Topas (Salamanca)— para que lo juzguen por el atraco de Toro, en el
que hirió de un balazo al cajero, enfadado por el exiguo botín, y por
otra causa en Alcobendas.
«Anarquía y salud»
Su
reaparición al grito de «anarquía y salud» a las puertas de la Sala, su
puesta en escena durante las dos jornadas de juicio, su alegato sobre
el «régimen de tortura» al que le someten en Monsanto y sus acusaciones a
los Gobiernos de España y Portugal difieren muy poco de la primera
imagen que vimos de él hace ya cinco años, cuando salió de comisaría
mirando a las cámaras y tronando: «Hola a todos. Soy “el Solitario”. ¡Salud, españoles!».
Luego,
explicó que era un grito de guerra, una declaración política para
contar al mundo que él era un anarquista y que no robaba a las personas,
a los clientes, sino a las entidades. No, él no es un vulgar ladrón ni
mató, por supuesto, a los dos agentes que tuvieron la mala fortuna de
cruzarse con él. Eso es lo que sostiene, aparte de desplegar unas
considerables dosis de narcisismo y escapismo en la autobiografía que
escribió durante su primer año entre rejas, titulada «Me llaman El Solitario. Autobiografía de un expropiador de bancos».
Arbe
aseguró el miércoles que sus funciones mentales han sido dañadas en la
prisión por su régimen de aislamiento, pero la única señal externa de
«daño» son los catorce kilos menos con los que se presentó ante el
tribunal. No era precisamente un figurín cuando lo detuvieron, sino un
tiparrón de 108 kilos, cultivados con esmero. «La comida aquí es escasa, aunque por la noche nos dan algún suplemento nutricional,
normalmente leche o zumo, galletas y un bocadillo», cuenta en su
libro-panfleto. Se ha quejado de pasar hambre y así se lo ha transmitido
a sus abogados, aunque poco a poco, a fuerza de costumbre y ocio,
parece que se muestra más conforme con el menú habitual.
La
lectura y la escritura son ahora sus dos grandes ocupaciones en la
cárcel de Monsanto. Pasa 23 de las 24 horas del día en su celda, y la
hora restante en el patio donde puede convivir con el resto de reclusos.
Desde que ingresó allí para cumplir una pena de siete años, Giménez ha
recibido la visita de su hijo David y de su madre en varias ocasiones,
aunque cada vez de forma más distanciada. Ellos siempre le han creído. Sus abogadas son las personas que han estado más cerca de él en Portugal.
Con ellas habla incluso de su futuro, de sus proyectos pendientes para
cuando recobre la libertad. «Cosas simples», explica a ABC Ligia
Borbinha, una de las letradas, que define a su cliente como una persona
«con una cultura por encima de la media y una gran experiencia de vida».
Ha
aprendido portugués para relacionarse con los otros presos; un idioma
más, puesto que se educó en el Liceo italiano y habla con fluidez inglés
y francés. Los psiquiatras que lo evaluaron en enero de 2008 destacaron
su «gran riqueza de conocimientos» y una más que correcta expresión
verbal, de ahí que descartaran cualquier trastorno en su intelecto. Eso
sí, lo retrataron como una persona con rasgos disociales, histriónicos y
paranoides, que «carece de realismo» y tiene «una marcada tendencia a
la negación de problemas y debilidades. Él se definió como «bromista,
atractivo, sociable y gran amante de las mujeres».
Frenética actividad epistolar
En
prisión ha tenido que sustituirlas por libros, a los que dedica casi
todo el tiempo, así como a escribir. «Recibe muchas cartas», cuenta su
abogada, «le preguntan cosas y él les responde».
Con un deje de fascinación, Borbinha considera que «”el Solitario”
siempre ha reconocido sus actos y ha explicado las razones de los
mismos». Es cierto que parte de su trayectoria criminal puede rastrearse
a través de su autobiografía, pero también que esconde y niega los
hechos más graves, como los dos asesinatos.
«El
Solitario» ha llegado a decir que «Monsanto es el Guantánamo de
Portugal. No se respetan los derechos humanos». Al principio la relación
con los guardas fue muy tirante, y Giménez les acusó de abrir sus
cartas y quedarse con el dinero que le enviaban; de obligarlo a
desnudarse y practicarle tocamientos para anularlo psicológicamente. El
director general de los Servicios Prisionales, Rui Sá Gomes, niega
rotundamente todas esas acusaciones, no probadas. La relación entre
ambas partes parece haberse calmado después de no pocos incidentes con
los funcionarios de prisiones.
Ahora, frustrado y con una larga condena por delante, está empeñado en cumplirla en una cárcel española. Él arguye que para estar cerca de sus familiares.
Su madre le sigue defendiendo a capa y espada; sus hijos, menos; y de
su adorada Roberta, la mujer brasileña que lo iba a retirar de su vida
de atracos y delitos, nunca más se ha sabido públicamente.
Giménez
Arbe escribió que el Estado lo utilizó para distraer a los ciudadanos
de sus problemas. «Mientras la gente jugaba a detectives, no pensaba en
el paro, en la corrupción ni en la injusticia». Con una condena por
doble asesinato, nadie se cree que sea «Robin Hood», como sigue
proclamando. Su abogado Marcos García Montes ha recurrido al Tribunal de
Estrasburgo.
ABC
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