LO MÁS RELEVANTE del debate celebrado anoche entre Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba no fueron las discrepancias ni las descalificaciones que se cruzaron sino la actitud que el candidato socialista asumió implícitamente en casi todas sus intervenciones: que será el presidente del PP el que va a gobernar tras las elecciones del 20 de noviembre.
Durante la hora y media que duró la confrontación, Rubalcaba insistió una y otra vez en interpelar a Rajoy sobre el programa del PP, exigiéndole explicaciones sobre si va a recortar el seguro del desempleo, el gasto sanitario o la calidad en la educación. El candidato socialista aseguró de nuevo que Rajoy tiene «un programa oculto» que pondrá en marcha cuando gane las elecciones. Para reforzar su mensaje, Rubalcaba utilizó expresiones como «le diré lo que usted va a hacer», «yo le digo lo que va a pasar» cuando gobierne o «usted va a recortar derechos».
Consciente de la trampa dialéctica que le estaba tendiendo su adversario, Rajoy le reprochó que ha sido el Gobierno de Zapatero el que ha recortado los sueldos de los funcionarios y ha congelado las pensiones, además de dejar al país con más de cinco millones de parados y unas cuentas públicas en situación desastrosa.
Rajoy acertó también al subrayar que sólo la creación de empleo y el crecimiento servirán para generar los recursos que permitan mejorar servicios públicos como la sanidad y la enseñanza, lo cual es absolutamente cierto.
Por el contrario, Rubalcaba insistió en las políticas de gasto público y propuso cuatro medidas para reactivar la economía: que Europa retrase dos años nuestro ajuste, que el BCE baje los tipos de interés, un Plan Marshall europeo de inversiones y la transformación del ICO en un banco. De las cuatro propuestas, tres dependen de la Unión Europea y parecen muy poco factibles. Pero lo que resulta totalmente contraproducente es la idea de pedir a nuestros socios que acepten un retraso de dos años en los ajustes, lo que dispararía la prima de riesgo y aumentaría las dudas sobre la economía española.
Rubalcaba defendió también la creación de un impuesto sobre la banca y otro sobre las grandes fortunas, subrayando que son iniciativas adoptadas por Cameron y Sarkozy, como si ahora el PSOE estuviera dispuesto a adoptar como referencia ideológica las propuestas de los partidos conservadores en Gran Bretaña y Francia.
Rubalcaba estuvo especialmente agresivo durante la primera mitad del debate, acusando a Rajoy de ocultar las medidas que piensa tomar. Pero luego bajó el tono de sus descalificaciones, aconsejado sin duda por sus asesores que le hicieron observar que estaba dando por hecho que va a perder las elecciones al asumir implícitamente el papel de líder de la oposición e interpelar a Rajoy como eventual presidente.
No hay duda de que el líder del PP se sintió bastante cómodo en este papel y que salió bastante airoso, aunque también es cierto que probablemente el objetivo de Rubalcaba era no tanto desgastar a Rajoy como atraer a una parte del electorado de la izquierda que se decanta por la abstención. Podríamos concluir que el candidato socialista no luchaba por conseguir estar en La Moncloa sino por afianzarse en Ferraz.
Si tuviéramos que hacer un balance, lo cual comporta siempre una cierta subjetividad, diríamos que Rajoy ganó a los puntos, aunque Rubalcaba fue un digno contrincante que peleó hasta el final. Así lo certifica nuestra encuesta, que da como vencedor al líder popular por siete puntos. Pero incluso el empate hubiera servido a los objetivos del aspirante del PP, que, con una ventaja de 17 puntos en las encuestas, está hoy más cerca de La Moncloa que ayer.
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El debate que acaba de concluir está desencadenando ya versiones para todos los gustos. Está claro, desde mi punto de vista, que Rajoy no perdió el partido contra Rubalcaba. Los socialistas esperaban una victoria por goleada, último cartucho para enderezar las elecciones. El disparo no dio en el blanco. Rajoy ha salido airoso de la prueba. Ha estado moderado, prudente, convincente e irónico. Su rival ha acertado en el tono y en la exposición, aunque en ocasiones mostró excesiva agresividad. Y no ganó, y mucho menos por la goleada que le era imprescindible para cambiar las tornas.
Las espadas siguen en alto, tal y lo como estaban antes del debate. Si las encuestas no se equivocan, Rajoy vencerá en las elecciones con holgura y se instalará en Moncloa con el ánimo dispuesto para superar la crisis y enderezar la situación cada vez más angustiosa. Tal vez para eso necesite un gran pacto de Estado con el PSOE. No parece probable que lo consiga pero tampoco imposible. En todo caso, ese es el camino, eso es lo que necesita España.
de la Real Academia Española
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