"El objetivo es evitar la reincidencia y nuestro esfuerzo, impedir que haya nuevas víctimas. Aquí lo estamos consiguiendo y esperamos que así sea siempre". Concha Rey es la voz de la experiencia tras más de 20 años en prisiones y una de las personas que sostienen el programa de tratamiento a agresores y abusadores sexuales que, en los últimos siete años, ha logrado un porcentaje rotundo de éxito.
Sesenta delincuentes sexuales recibieron terapia de grupo en el centro ourensano, pionero en la propuesta, sin llegar a reincidir. "El programa está orientado a reeducarlos sexualmente, a que sepan dar nombre a cosas que han hecho, a arrojarles luz sobre su comportamiento", resalta Carlos Mejuto, psicólogo y el segundo de los principales artífices de los buenos resultados del tratamiento.
Diez internos participan actualmente en el programa y solo los une el círculo y la intimidad compartida, porque las sesiones, de dos horas y media a tres cada semana y a lo largo de año y medio, se desarrollan en grupo. Tienen de 27 a 73 años, cumplen entre 3,5 y 17 años de condena y ninguno se beneficia de permisos penitenciarios. El programa no es una garantía que certifique la salida a la calle, sino que pueden producirse expulsiones "y si existe una valoración mediocre no se concederá el permiso para evitar cualquier riesgo de reincidencia", resuelve taxativo Mejuto. En cualquier caso, los terapeuta proponen mejorar las pautas de control de los condenados que alcanzan la libertad pero presentan todavía el riesgo de delinquir. "Sí creemos que deberían seguir un control en otras unidades e instituciones como en el caso, por ejemplo, de los toxicómanos".
Entrar al círculo es voluntario pero exige compromisos. Los terapeutas encomiendas tareas a cumplir y una máxima: que asuman el delito, que no busquen excusas y que desarrollen empatía hacia la víctima.
Concha Rey describe los estadios del agresor sexual en la terapia: "Algunos llegaron convencidos de que no tenían un problema, de que aquel día o noche habían bebido. Pero luego terminan diciendo y reconociendo que son impulsivos, que no fueron capaces de controlar la agresividad. El beneficio del programa es tan notable que incluso tenemos internos que lo siguieron hace varios años, y que nos han pedido volver porque entienden que les ha ayudado. Todos coinciden que los vuelve más tolerantes".
En el paso a paso del tratamiento redunda en positivo, según el subdirector de Tratamiento de la cárcel, Manuel García, el trabajo en grupo. "Los internos se sueltan al ver que su compañero interviene. Muchos que tenían como un pequeño caparazón empiezan a ver su problemática y acaban reconociendo lo que han hecho".
De víctima a agresor
Los terapeutas trabajan para reconducir la personalidad y conducta de delincuentes condenados por agresiones y abusos a adultos pero también a menores de edad. Comparten ser "los peor vistos entre el resto de presos". Pero se diferencia por su propia historia por utilizar la violencia, los primeros, o el engaño, los segundos; por sus habilidades sociales, por la relación con la víctima. Los que agreden a un niño o una niña suelen pertenecen a su entorno familiar. La mayoría arrastran carencias afectivas, problemas de alcoholismo o drogas, e incluso un pasado en la infancia malos tratos y abusos sexuales; la víctima que se convierte en agresor. Pereiro les brinda un futuro.
Sesenta delincuentes sexuales recibieron terapia de grupo en el centro ourensano, pionero en la propuesta, sin llegar a reincidir. "El programa está orientado a reeducarlos sexualmente, a que sepan dar nombre a cosas que han hecho, a arrojarles luz sobre su comportamiento", resalta Carlos Mejuto, psicólogo y el segundo de los principales artífices de los buenos resultados del tratamiento.
Diez internos participan actualmente en el programa y solo los une el círculo y la intimidad compartida, porque las sesiones, de dos horas y media a tres cada semana y a lo largo de año y medio, se desarrollan en grupo. Tienen de 27 a 73 años, cumplen entre 3,5 y 17 años de condena y ninguno se beneficia de permisos penitenciarios. El programa no es una garantía que certifique la salida a la calle, sino que pueden producirse expulsiones "y si existe una valoración mediocre no se concederá el permiso para evitar cualquier riesgo de reincidencia", resuelve taxativo Mejuto. En cualquier caso, los terapeuta proponen mejorar las pautas de control de los condenados que alcanzan la libertad pero presentan todavía el riesgo de delinquir. "Sí creemos que deberían seguir un control en otras unidades e instituciones como en el caso, por ejemplo, de los toxicómanos".
Entrar al círculo es voluntario pero exige compromisos. Los terapeutas encomiendas tareas a cumplir y una máxima: que asuman el delito, que no busquen excusas y que desarrollen empatía hacia la víctima.
Concha Rey describe los estadios del agresor sexual en la terapia: "Algunos llegaron convencidos de que no tenían un problema, de que aquel día o noche habían bebido. Pero luego terminan diciendo y reconociendo que son impulsivos, que no fueron capaces de controlar la agresividad. El beneficio del programa es tan notable que incluso tenemos internos que lo siguieron hace varios años, y que nos han pedido volver porque entienden que les ha ayudado. Todos coinciden que los vuelve más tolerantes".
En el paso a paso del tratamiento redunda en positivo, según el subdirector de Tratamiento de la cárcel, Manuel García, el trabajo en grupo. "Los internos se sueltan al ver que su compañero interviene. Muchos que tenían como un pequeño caparazón empiezan a ver su problemática y acaban reconociendo lo que han hecho".
De víctima a agresor
Los terapeutas trabajan para reconducir la personalidad y conducta de delincuentes condenados por agresiones y abusos a adultos pero también a menores de edad. Comparten ser "los peor vistos entre el resto de presos". Pero se diferencia por su propia historia por utilizar la violencia, los primeros, o el engaño, los segundos; por sus habilidades sociales, por la relación con la víctima. Los que agreden a un niño o una niña suelen pertenecen a su entorno familiar. La mayoría arrastran carencias afectivas, problemas de alcoholismo o drogas, e incluso un pasado en la infancia malos tratos y abusos sexuales; la víctima que se convierte en agresor. Pereiro les brinda un futuro.
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