lunes, 25 de julio de 2011

Los más duros del «talego»

Así viven los presos más peligrosos. Medidas de seguridad extremas, apenas cuatro horas de patio, privacidad nula, y registros diarios de la celda en los módulos de aislamiento

Los módulos de aislamiento de las prisiones son los grandes desconocidos del sistema penitenciario y por tanto también terreno abonado para la leyenda. Entrar en uno de ellos es el mejor antídoto contra la imaginación calenturienta. Pone al descubierto un régimen de cumplimiento muy duro, claro; pero detrás de sus muros coronados por concertinas también hay una intenso trabajo de profesionales comprometidos, que se vuelcan con estos reclusos para, si ellos colaboran, incorporarlos cuanto antes a la vida normal del centro penitenciario. Un programa de intervención con estos internos que la Secretaría General de Instituciones Penitenciarias puso en marcha hace ya más de un año es la herramienta diseñada para ello. Y da muy buenos resultados.

En la segunda semana de julio, 949 personas estaban en aislamiento. Se trata de individuos de muy distinto perfil, agrupados en cuatro grupos: los inadaptados o de extrema peligrosidad, habituales de las broncas, agresiones a funcionarios e instigadores de motines, que suman 525 reclusos; los terroristas (etarras e islamistas), que ascienden a 392; jefes de redes de delincuencia organizada, 10, y los de características especiales, 22, que por razón del delito cometido (pederastas, violadores...) es aconsejable apartarlos del resto para garantizar su integridad física.

Los destinatarios del programa son casi en exclusiva los del primer grupo, y no por casualidad. Los etarras se niegan a participar en actividad alguna dentro de prisión y los mafiosos tampoco presentan un perfil adecuado. Unos y otros tienen por lo general cierta cultura. Su peligrosidad, pues, no se debe a que son inadaptados, sino al fanatismo, en el caso de los terroristas, y a la capacidad de corromper a funcionarios y mantener sus actividades criminales incluso dentro de la cárcel, en el de los capos.

Vida tasada al segundo

La vida en un módulo de aislamiento como el de la prisión de Soto del Real (Madrid V) está tasada al segundo. Comienza a las ocho de la mañana con el recuento de la treintena de internos que ocupan las celdas individuales de diez galerías. A esa hora, a cada recluso se le entregan útiles de limpieza para que adecenten sus chabolos —diez metros cuadrados en los que no puede haber nada susceptible de convertirse en arma—, que devuelven al mediodía.

Las nueve es la hora del desayuno, que se les da a través de un pasabandejas de la puerta de la celda. Luego llega el reparto de la medicación. Dos veces a la semana, el médico pasa consulta. El resto de la mañana se programan las salidas al patio (hay uno, de unos 20 metros cuadrados, en cada galería), pero solo las pocas horas que les está permitido. A los más peligrosos únicamente se les permite compartirlo con dos internos más; al resto, con cuatro.

La comida se sirve, otra vez, en el chabolo y la tarde se dedica, a quien le toque, al patio, a llamadas telefónicas (diez a la semana) y al reparto de libros y de los productos de economato (pueden comprar café, tabaco, refrescos)... Por la noche, recuento y cena. Pueden tener televisión en la celda.

En cada traslado por el módulo los internos deben pasar por un arco de seguridad. Los funcionarios que los vigilan apenas tienen contacto directo con ellos para minimizar riesgos y en los pasillos no se pueden juntar dos reclusos. El «tráfico» se regula en la garita de seguridad, desde la que se cierran y abren pesadas puertas metálicas.

«Los que entran en el programa ven el cielo abierto», explica el subdirector de Seguridad de Madrid V. El de ese centro lo han llamado «Correr te hace libre» —colabora con él un triatleta interno de un módulo de respeto—, y se centra en la actividad física. Hay dos grupos de cinco presos cada uno, que deben comprometerse a seguir unas normas. El tiempo que pasan haciendo esta actividad fuera del módulo se suma a las horas de patio que tienen permitidas. Por tanto, están más horas acompañados. Una de las claves es la cercanía. «La psicóloga, la coordinadora de trabajadores sociales y yo mismo salimos con ellos a correr. Se establece una relación de confianza. Vuelven satisfechos, relajados». «El aislamiento es muy duro —explica la coordinadora—. Dentro del grupo de inadaptados hay gente que lleva ocho o diez años allí y ha perdido habilidades sociales».

El éxito es incuestionable. Un ejemplo: Jorge, un gallego con muchos años en aislamiento, era carne de cañón. Habitual de las broncas, agresivo con los funcionarios, apenas hablaba ni con los compañeros. «Siguió con éxito el programa —relata satisfecho el subdirector— y le trasladamos a un módulo de respeto (de gran exigencia pero con buen ambiente) para que se fuera adaptando. No sabía nada de música y hoy es nuestro batería de la “Soto Big Band”». «También se da el caso contraro —añade la trabajadora social—. El otro día expulsamos a uno del proyecto porque me insultó, y además delante de sus compañeros. La autoridad no se discute».

Compromiso

La exigencia profesional y el compromiso personal de quienes se ocupan de este proyecto es máxima: «Soy subdirector de Seguridad, el encargado de las malas noticias, y corro con ellos sin ninguna protección. Sin problemas». En el caso de la trabajadora social, «en cada entrevista de aislamiento empleo una hora, mientras que en un módulo normal no duran más de diez minutos». La relación es muy estrecha. Alguno hasta la ha llegado a dar un abrazo por sorpresa para agradecer una gestión: «Puede sonar raro, lo sé; pero lo importante es que el programa funciona», dice con una sonrisa esta mujer, de aspecto frágil pero determinación enorme, que no duda en encerrarse a solas en un despacho del módulo con auténticos «armarios» que han cometido gravísimos delitos.

El director de la cárcel de Morón (Sevilla) coincide con sus compañeros de Madrid. De hecho, él es uno de los impulsores del programa. «Estas personas solo conocen la acción-reacción y ahora les damos una posibilidad. Tienen atención psicológica, jurídica, escuela, comunidades terapéuticas... Hablamos mucho con ellos. Cada semana el equipo los evalúa. Y cuando salen de aislamiento les seguimos ayudando».

Pero está también la otra cara de la moneda. Todos los expertos consultados coinciden en que el aislamiento es necesario «para garantizar la seguridad de los centros y la propia sociedad. No se puede permitir que un kie (jefe) viva en un módulo normal y se haga con su control, ni sacar a gente que no tiene la menor intención de cambiar sus hábitos violentos, a terroristas especialmente peligrosos o a individuos con capacidad para corromper funcionarios, diseñar planes de fuga y dirigir sus negocios desde la prisión». Con ellos no hay programa que valga.

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