viernes, 13 de agosto de 2010

Y todo esto... sin que pase 'nada' con Marruecos

epsimo
LA LLAMADA del Rey a Mohamed VI no impidió que Melilla volviera a vivir ayer una jornada de tensión por la campaña de hostigamiento que protagonizan varias organizaciones alauíes, en protesta por las «actitudes racistas» de las que acusan -sin prueba alguna- a la Policía española. Así, el mercado central de la ciudad permaneció desabastecido de alimentos hasta primera hora de la tarde -tres de cada cuatro puestos tuvieron que cerrar-, lo que supuso un éxito del bloqueo que había anunciado la Coordinadora de la Sociedad Civil del Norte de Marruecos. Esta plataforma amenaza con mantener el boicot todo agosto para torpedear la entrada de combustible y otros productos, como material de construcción.

Zapatero embusteroY, en paralelo, se volvieron a repetir situaciones de gran tirantez en el paso fronterizo. Incluso en la parte marroquí aparecieron varios carteles con fotomontajes denigrantes contra las funcionarias de Policía españolas que trabajan en la aduana, y que han sufrido agresiones estos últimos días por parte de transeúntes marroquíes que se niegan a reconocer su autoridad por el hecho de ser mujeres. Que el ambiente está muy caldeado lo demuestra también que el periódico del Partido Socialista marroquí publicara el lunes un incendiario artículo tachando de «energúmenos» a los guardias civiles que trabajan en la frontera y señalando que en Marruecos se «ofendían» con algunas actitudes de la época del PP, pero que se «sorprendían mucho menos» que ahora, con el PSOE. Y cabe recordar que llevamos ocho meses sin embajador marroquí, algo insólito en los usos diplomáticos.

Estos episodios concretos, y otros muchos tan difusos que ni los especialistas en relaciones hispanomarroquíes saben interpretar, han puesto en evidencia el gran deterioro de las relaciones entre España y Marruecos. Y los intentos del Gobierno por ocultarlo saltaron por los aires tras hacerse público que Don Juan Carlos telefoneó al monarca alauí para intentar rebajar la tensión.

La llamada tampoco está exenta de polémica. En primer lugar, porque no es de recibo que desde Moncloa ayer se siguiera insistiendo en que los dos países mantienen «unas magníficas relaciones» y que se esgrima que las cinco notas de protesta enviadas por Rabat sólo se han debido a «malentendidos». ¿Cree el Gobierno que los ciudadanos somos tan necios como para creer que si este lío se debiera a unos simples equívocos hubiera hecho falta la intervención, nada menos, que del jefe del Estado? El Gobierno está obligado a dar explicaciones urgentes para que sepamos la verdad que se esconde detrás de esta última crisis con nuestro vecino del sur.

Pero, además, dado que es impensable que la intervención del Rey no respondiera a una petición del Gobierno, éste debe explicar por qué ahora sí ha considerado necesaria su actuación cuando le impidió hace meses que mediara en el delicadísimo caso de la activista saharaui Aminatu Haidar. Con todo, no son admisibles las críticas de algunos portavoces populares, como González Pons, diciendo que el Gobierno usa a Don Juan Carlos como si fuera su ministro de Exteriores. El PP sabe bien que recurrir a los buenos oficios diplomáticos del Rey no es una práctica en absoluto inusual, sólo que, a diferencia de lo sucedido ahora, no suele trascender.

Nuestras relaciones con Marruecos siempre han sido extraordinariamente complicadas. Pero todos los gobiernos se esfuerzan en ellas, porque son demasiados los intereses que hay en juego. Además del fronterizo, la inmigración o la lucha contra el terrorismo son asuntos que exigen una óptima colaboración intergubernamental. Pero las buenas relaciones deben sustentarse tanto en la lealtad como en la firmeza a la hora de defender los principios y las líneas rojas. En cambio, el Gobierno está demostrando una vergonzosa debilidad ante el despótico reino alauí que Rabat aprovecha para tensar cada vez más la cuerda. Veremos si esta vez decide romperla.

EL MUNDO_________________________

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