La vida sin escolta de dos
arrepentidos. Pero ese no es el caso, el caso es que ahora el hijo de
uno de ellos correctamente Ricardo Portabales Jr clama justicia hacia su
madre desde las redes sociales. Cada día son cientos los seguidores,
internautas y blogueros que apoyan su causa.
Si Ricardo
Portabales y Manuel Fernández Padín fueron encumbrados como los dos
valientes arrepentidos del caso Nécora, hoy, 20 años después, han vuelto
a serlo, pero por todo lo contrario: porque la justicia les ha dado la
espalda. Mientras Ricardo Portabales delató a la flor y nata del
narcotráfico que merodeaba en los alrededores de Marín, su pueblo, donde
se dedicaba a vender pequeñas partidas de droga, Fernández Padín, desde
Vilanova de Arousa, ponía al descubierto los entresijos de una gran
organización como la de los Charlines, en la que trabajaba de recadero o
entregando mercancía.
En un momento en el que la figura del testigo protegido no estaba legalmente desarrollada en España, ambos confiaron en la justicia y no dieron marcha atrás, aunque Fernández Padín ha tenido que sufrir hasta hoy las consecuencias psíquicas del paso más trascendental de su vida. Además de una vivienda, durante estos años ambos han cobrado una paga de unos 1.000 euros del Estado y tenían escolta las 24 horas del día. Pero todo esto se acabó desde este año, después de interponer en vano recursos de súplica ante los ministerios de Justicia e Interior.
Desprotegidos, sin una pensión que prometía ser vitalicia, y sólo con una nueva identidad, Portabales parece que ha decidido marcharse a Centroamérica, mientras Padín, aunque hace años que no vive en Galicia, suele visitar a su familia con cierta frecuencia, siempre camuflado, eso sí. La decisión se ha tomado porque, transcurridos 20 años, ya no existe riesgo de que ambos puedan sufrir represalias, al menos oficialmente.
Portabales, de 53 años, aún se dejaba ver en algunas cafeterías de Madrid no hace mucho tiempo. Con su vestimenta blanca de pies a cabeza, nunca pasaba inadvertido. Luego subía a un coche tuneado donde le esperaban dos escoltas. Dice que seguía colaborando en operaciones de Interior y visitando a Garzón, al que solía llamarle Balta. Pero ahora amenaza con contar "las mentiras de la Operación Nécora". La vida de Manolo Padín, de 51 años, es muy distinta. Totalmente apartado del mundo, vive con su mujer y su hijo de corta edad en España. Cree que la decisión del Estado es definitiva y la única esperanza que le queda es que su mujer encuentre un trabajo.
En un momento en el que la figura del testigo protegido no estaba legalmente desarrollada en España, ambos confiaron en la justicia y no dieron marcha atrás, aunque Fernández Padín ha tenido que sufrir hasta hoy las consecuencias psíquicas del paso más trascendental de su vida. Además de una vivienda, durante estos años ambos han cobrado una paga de unos 1.000 euros del Estado y tenían escolta las 24 horas del día. Pero todo esto se acabó desde este año, después de interponer en vano recursos de súplica ante los ministerios de Justicia e Interior.
Desprotegidos, sin una pensión que prometía ser vitalicia, y sólo con una nueva identidad, Portabales parece que ha decidido marcharse a Centroamérica, mientras Padín, aunque hace años que no vive en Galicia, suele visitar a su familia con cierta frecuencia, siempre camuflado, eso sí. La decisión se ha tomado porque, transcurridos 20 años, ya no existe riesgo de que ambos puedan sufrir represalias, al menos oficialmente.
Portabales, de 53 años, aún se dejaba ver en algunas cafeterías de Madrid no hace mucho tiempo. Con su vestimenta blanca de pies a cabeza, nunca pasaba inadvertido. Luego subía a un coche tuneado donde le esperaban dos escoltas. Dice que seguía colaborando en operaciones de Interior y visitando a Garzón, al que solía llamarle Balta. Pero ahora amenaza con contar "las mentiras de la Operación Nécora". La vida de Manolo Padín, de 51 años, es muy distinta. Totalmente apartado del mundo, vive con su mujer y su hijo de corta edad en España. Cree que la decisión del Estado es definitiva y la única esperanza que le queda es que su mujer encuentre un trabajo.
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