LAS últimas semanas Artur Mas había venido sosteniendo en público que Cataluña
sería miembro de la UE si lograra independizarse de España. Ayer admitió por
primera vez que Cataluña quedaría fuera si se aplicaran los tratados de forma
«estrictamente legal».
De eso no hay duda jurídica alguna porque el artículo 4.2 del acuerdo
suscrito en 2003 por todos los jefes de Estado reafirma la inamovilidad de las
actuales fronteras de la UE. Pero al igual que fue capaz de distinguir entre «la
legalidad constitucional» y «la democrática», Mas afirmó ayer que cabría «una
interpretación política» al margen de «lo que dicen milimétricamente» los
tratados. O sea, sencilla y llanamente, que se podría ignorar lo que establecen
e interpretarlos en sentido contrario. Simplemente para complacerle a él. Ello
concuerda perfectamente con sus declaraciones de anteayer de que el proceso de
independencia de Cataluña «no podrá ser frenado por los tribunales ni las
constituciones». Por lo visto, tampoco por los tratados europeos.
En su escalada hacia el disparate, que revela el caos mental en el que se
encuentra, Artur Mas acuñó un nuevo concepto de derecho político contrario a las
propias leyes de la física: «la ampliación interna de Estados que ya son
miembros de la UE». Según explicó el presidente de la Generalitat, una Cataluña
independiente podría seguir como miembro de pleno derecho de la UE puesto que,
como ya está dentro a través de España, no habría un cambio de estatuto jurídico
al producirse la independencia. Simplemente, lo que antes era uno se desdoblaría
en dos al igual que una mujer que alumbra un hijo.
Mas se atrevió también a reprender al Gobierno porque «esconde resultados y
no paga la deuda». Lo dice él, que ha tenido que solicitar un rescate de 5.000
millones de euros al Ejecutivo de Rajoy porque no puede hacer frente a sus
obligaciones de pago. Mas ve la paja en el ojo ajeno y no ve la viga en el
propio.
Desde que expresó su voluntad de seguir el camino de la independencia, Artur
Mas no ha ido sumando sino ocurrencias: afirmó que Cataluña no tendría ejército,
pero que formaría parte de la OTAN, luego especuló que podría adoptar la
monarquía como forma de gobierno y que el Barça seguiría en la Liga española y
acabó diciendo que con la secesión subirían las pensiones. Todo ello pone de
relieve la improvisación y la falta de solidez intelectual de su proyecto.
Su estrategia de huida hacia adelante le puede funcionar en Cataluña e
incluso llevarle a colocar al Gobierno en una complicada situación de hechos
consumados al convocar una consulta ilegal. Pero, desde luego, la UE no va a
aceptar el chantaje ni se va a plegar a sus presiones.
Joaquín Almunia, comisario de Competencia, advirtió ayer que «hay 2.000
posibilidades de veto» de la entrada de Cataluña en la UE. Y ello no es una
exageración porque para acceder tendría que superar diversas y complejas fases
de negociación, estando siempre sometida al riesgo de veto de uno solo de los 27
Estados que integran la UE. Ésa es la verdad y no «las quimeras» -como subrayó
el Rey- que se ha inventado Mas para ocultar al electorado catalán las nefastas
consecuencias de la secesión.
epsimo y EL MUNDO
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