jueves, 31 de mayo de 2012

Merkel no debe llevar a España a ser intervenida

HEMOS REPETIDO tantas veces que estamos al borde del abismo que el día en que nos despeñemos no nos vamos a dar cuenta. Pero ayer fue una de esas jornadas que quedarán marcadas en rojo en el calendario de la crisis. Porque la prima de riesgo alcanzó los 540 puntos básicos, el nivel más alto desde que existe el euro, y colocó la rentabilidad del bono a 10 años por encima del 6,6%, cota que hace prácticamente imposible la financiación del Estado. Grecia, Portugal e Irlanda solicitaron el rescate en unos niveles similares, aunque durante más tiempo. Si ayer nos hacíamos eco de la subida del 31% del coste de los intereses de la deuda en los cuatro primeros meses del año, hasta 11.371 millones de euros, cuando se sumen las últimas subastas -realizadas a tipos superiores- esa cifra se elevará a niveles que harán casi imposible lograr el objetivo de déficit.
¿Merece España este ataque de los mercados que ya se puede considerar implacable? El ministro de Economía, Luis de Guindos, achacó de nuevo esta tormenta a la incertidumbre que está generando en la zona del euro el proceso electoral griego. Tiene razón, pero no debemos olvidar que estamos en esta dramática situación en gran medida por méritos contraídos desde años atrás. Este Gobierno ha emprendido con decisión el camino de las reformas estructurales que necesitaba el país y se ha empeñado en conseguir el equilibrio de las cuentas públicas, pero los resultados son desiguales por el momento.

Así, mientras que ha logrado el hito histórico de embridar por ley el gasto autonómico, ha tenido que ponerse colorado varias veces al comunicar que el déficit definitivo -hasta ahora- de 2011 no era el 6 ni el 8,5 sino el 8,9%. O si hace menos de un año la ministra Salgado se felicitó por el comportamiento de los bancos españoles en los test de estrés, hoy Bankia necesita 23.400 millones para recapitalizarse y ha puesto en duda todo nuestro sistema financiero.

Ayer mismo, la Comisión Europea daba su opinión sobre las principales necesidades de la economía española. Entre otras, profundizar en la reforma laboral, cerrar la reestructuración del sistema financiero y subir el IVA cuanto antes. Se demuestra una vez más que la credibilidad perdida en años no se recupera en unas semanas.

Pero esto no quita un ápice de responsabilidad en este último episodio de la crisis a las autoridades europeas y, sobre todo, a la Alemania de Angela Merkel. Ayer, el Gobierno germano descubrió su estrategia cuando, tras conocerse la propuesta de la Comisión para que los bancos pudieran acudir directamente al fondo de rescate, un portavoz del Ejecutivo afirmó que Alemania no ha cambiado de criterio: esa ayuda no puede ser directa sino que debe ser solicitada por el país miembro. Lo que se considera un empujón en toda regla hacia el rescate financiero.

Este comentario tuvo el efecto de impedir que bajara la tensión en el mercado. De hecho, la prima de riesgo se había relajado al conocerse el plan de Barroso y volvió a dispararse hasta los 539 puntos con la nefasta puntualización alemana. De la misma forma, el BCE dejó al Gobierno español en entredicho al emitir una nota oficial que rechazaba un hipotético plan de rescate de Bankia solicitado por Economía; nota que fue rectificada minutos después. Hay que criticar también que Draghi, en el peor día de la crisis, no hiciera el más mínimo gesto ni diera la más pequeña señal de apoyo a España.

Pero quien lleva la batuta es Alemania. Una nación que tiene que agradecer al resto de Europa la disposición política que favoreció su reunificación a partir de 1989. Siempre se entendió que eso la convertía en pilar de la Unión Europea. Es cierto que la llevó a cabo con su propio esfuerzo económico, pero debe ser consciente de que en estos días nos estamos jugando el futuro del euro y su compromiso con la moneda única debería ser parte de aquel pacto implícito. Por eso, si España está cumpliendo con sus compromisos no puede ser arrojada por acción o por omisión al abismo del rescate. 
epsimo y EL MUNDO 

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