martes, 28 de febrero de 2012

La droga se refugia en El Gallinero

Al delito estrella del robo de cable de cobre se suman ahora el tráfico de estupefacientes y los pequeños grupos de ladrones de pisos y almacenes

El poblado chabolista más paupérrimo de la región, el de El Gallinero, a apenas 13 kilómetros del centro de la ciudad, cuyo entorno se asemeja a un vertedero humano, sigue estando de actualidad. En él se hacinan, según los cálculos de los voluntarios que trabajan en la zona, entre 600 y 700 personas, entre ellas unos 400 menores, todos ellos gitanos rumanos, unos datos que fluctúan por el carácter nómada de la población.
Las condiciones higiénico-sanitarias del asentamiento son deplorables y el paisaje de miseria, desolación y sordidez no ha variado: constituyen su seña de identidad. Las que sí han cambiado son las actividades delictivas que algunos de sus moradores realizan y con las que se ganan la vida de forma ilícita. No son todos, evidentemente, pero los hay. Al delito «estrella» que se viene registrando en este asentamiento desde hace tiempo, el robo del cable de cobre (a pesar de los golpes asestados por la Policía y por la Guardia Civil) se han sumado de un año a esta parte otros dos, aseguraron a ABC fuentes policiales.
Uno de ellos es el tráfico de drogas, que realizan cuando los clanes de narcotraficantes de etnia gitana que tienen su base de operaciones en la vecina Cañada Real Galiana, en la zona de Valdemingómez, son detenidos y presionados por los agentes.

Utilizados por la Cañada

De este modo, cuando se cierra el primer lugar, algunos gitanos españoles utilizan a los de El Gallinero para dar salida a la mercancía: cocaína. Los rumanos la cortan otra vez y la venden en papelinas, por lo que su calidad es pésima.
No obstante, esta práctica que se ha detectado en El Gallinero no está generalizada, explican otras fuentes consultadas. «Hay casos concretos, pero lo que no se ha detectado es que los consumidores se desplacen hasta ese punto a comprar».
La mayoría lo hace en el tramo de Valdemingómez de la Cañada, en donde, en función de los días, de la mercancía y de las cundas, pueden acudir desde 500 personas hasta el triple. Consumen en los mismos coches en los que se desplazan, salvo el medio centenar de personas que vive ahí en pequeños chamizos o tiendas de campaña hechas jirones, y los «machacas» que trabajan para los traficantes a cambio de una dosis para aplacar el mono.
A la droga se suma otra modalidad delictiva, la de los delitos contra el patrimonio cometidos por pequeños grupos de ladrones de viviendas, a las que entran aprovechando que están vacías, forzando las puerta con palanquetas, una vez se aseguran de que no hay nadie dentro.
También actúan en almacenes, de donde se apoderan de maquinaria y herramientas que utilizan para hacer chabolas o revenderlas. «Lo que más roban es el cable de cobre. Telefónica y otras empresas no dejan de denunciar por los graves perjuicios que sufren y nuestra labor, además de combatir todos delitos, se está centrando en este asunto», indica un mando policial.

Cerco al robo del cable

«Queremos controlar a las furgonetas que entran y salen de El Gallinero con la mercancía recubierta o ya pelada. Cercar esa zona para que no logren su objetivo», añade. Ahí es donde los delincuentes trasladan el cable para «limpiarlo» y borrar su «adn» o procedencia para después venderlo, una vez quemado el plástico que lo recubre. «Algunos gitanos españoles de la Cañada se aprovechan y se lo compran por 3 euros para venderlo luego por 10, por lo que el negocio lo hacen ellos».
El acoso policial ha hecho que las montañas de cable de cobre pelado hayan desaparecido de la vista, lo mismo que el basurero en el que se levantaban las favelas. Desde que el pasado verano el Ayuntamiento de Madrid retirara 1.713 toneladas de deshechos e instalara tres contenedores, el lugar está más limpio, gracias a la labor de concienciación de los voluntarios. Explican que el absentismo escolar ronda el 25% y que los que no van a la escuela son los menores de 3 años.
La mayoría de los habitantes de El Gallinero vive de lo que puede. «Yo pido o busco cosas en la basura para vender», dice Simona, de 36 años. «Mi marido trabaja de albañil para los gitanos cuando le llaman. Le pagan 20 euros al día», explica Limoneta. «Dos veces por semana repartimos 3 toneladas de alimentos aquí y a los marroquíes de la Cañada, acosados por el paro». Ahora, que se está tratando de solucionar el problema de la antigua vía pecuaria, hay personas como la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, que piden que «no se deje al Gallinero de lado».

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