Al delito estrella del robo de cable de cobre se
suman ahora el tráfico de estupefacientes y los pequeños grupos de
ladrones de pisos y almacenes
El
poblado chabolista más paupérrimo de la región, el de El Gallinero, a
apenas 13 kilómetros del centro de la ciudad, cuyo entorno se asemeja a
un vertedero humano, sigue estando de actualidad. En él se hacinan,
según los cálculos de los voluntarios que trabajan en la zona, entre 600 y 700 personas, entre ellas unos 400 menores, todos ellos gitanos rumanos, unos datos que fluctúan por el carácter nómada de la población.
Las
condiciones higiénico-sanitarias del asentamiento son deplorables y el
paisaje de miseria, desolación y sordidez no ha variado: constituyen su
seña de identidad. Las que sí han cambiado son las actividades delictivas que algunos de sus moradores realizan
y con las que se ganan la vida de forma ilícita. No son todos,
evidentemente, pero los hay. Al delito «estrella» que se viene
registrando en este asentamiento desde hace tiempo, el robo del cable de
cobre (a pesar de los golpes asestados por la Policía y por la Guardia
Civil) se han sumado de un año a esta parte otros dos, aseguraron a ABC fuentes policiales.
Uno
de ellos es el tráfico de drogas, que realizan cuando los clanes de
narcotraficantes de etnia gitana que tienen su base de operaciones en la
vecina Cañada Real Galiana, en la zona de Valdemingómez, son detenidos y
presionados por los agentes.
Utilizados por la Cañada
De este modo, cuando se cierra el primer lugar, algunos gitanos españoles utilizan a los de El Gallinero para dar salida a la mercancía: cocaína. Los rumanos la cortan otra vez y la venden en papelinas, por lo que su calidad es pésima.
No
obstante, esta práctica que se ha detectado en El Gallinero no está
generalizada, explican otras fuentes consultadas. «Hay casos concretos,
pero lo que no se ha detectado es que los consumidores se desplacen
hasta ese punto a comprar».
La
mayoría lo hace en el tramo de Valdemingómez de la Cañada, en donde, en
función de los días, de la mercancía y de las cundas, pueden acudir
desde 500 personas hasta el triple. Consumen en los mismos coches en los que se desplazan,
salvo el medio centenar de personas que vive ahí en pequeños chamizos o
tiendas de campaña hechas jirones, y los «machacas» que trabajan para
los traficantes a cambio de una dosis para aplacar el mono.
A
la droga se suma otra modalidad delictiva, la de los delitos contra el
patrimonio cometidos por pequeños grupos de ladrones de viviendas, a las
que entran aprovechando que están vacías, forzando las puerta con
palanquetas, una vez se aseguran de que no hay nadie dentro.
También
actúan en almacenes, de donde se apoderan de maquinaria y herramientas
que utilizan para hacer chabolas o revenderlas. «Lo que más roban es el
cable de cobre. Telefónica y otras empresas no dejan de denunciar por
los graves perjuicios que sufren y nuestra labor, además de combatir
todos delitos, se está centrando en este asunto», indica un mando
policial.
Cerco al robo del cable
«Queremos
controlar a las furgonetas que entran y salen de El Gallinero con la
mercancía recubierta o ya pelada. Cercar esa zona para que no logren su
objetivo», añade. Ahí es donde los delincuentes trasladan el cable para «limpiarlo» y borrar su «adn»
o procedencia para después venderlo, una vez quemado el plástico que lo
recubre. «Algunos gitanos españoles de la Cañada se aprovechan y se lo
compran por 3 euros para venderlo luego por 10, por lo que el negocio lo
hacen ellos».
El
acoso policial ha hecho que las montañas de cable de cobre pelado hayan
desaparecido de la vista, lo mismo que el basurero en el que se
levantaban las favelas. Desde que el pasado verano el Ayuntamiento de
Madrid retirara 1.713 toneladas de deshechos e instalara tres
contenedores, el lugar está más limpio, gracias a la labor de
concienciación de los voluntarios. Explican que el absentismo escolar
ronda el 25% y que los que no van a la escuela son los menores de 3
años.
La
mayoría de los habitantes de El Gallinero vive de lo que puede. «Yo
pido o busco cosas en la basura para vender», dice Simona, de 36 años. «Mi marido trabaja de albañil para los gitanos cuando le llaman. Le pagan 20 euros al día»,
explica Limoneta. «Dos veces por semana repartimos 3 toneladas de
alimentos aquí y a los marroquíes de la Cañada, acosados por el paro».
Ahora, que se está tratando de solucionar el problema de la antigua vía
pecuaria, hay personas como la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, que
piden que «no se deje al Gallinero de lado».

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