domingo, 23 de octubre de 2011

Bretón, el enigma de la «mirada perdida»

V. MERINO/R.SERRANO
El médico de la cárcel aísla a José Bretón de las noticias sobre la desaparición de sus hijos. Sin televisión, radio ni prensa

«Les invito a cenar, agentes», espetó José Bretón, en uno de sus escasos monólogos. Después de pasar más de veinticuatro horas con el padre de Ruth y José, los dos niños desaparecidos en Córdoba los policías seguían sin dar crédito. Llevaban con él todo el día en la finca de «Las Queadillas» rastreando con perros de la Unidad Canina, con un despliegue de funcionarios de la Policía Científica, a punto de que llegara el geo-radar para seguir peinando la zona y Bretón, sin inmutarse, se acordaba de la cena. Desde que empezaron a hablar con él, poco después de que denunciara la desaparición de sus hijos el sábado día 8 advirtieron que el caso iba a ser de los más complejos de los últimos tiempos. Y así sigue.

El viernes a las cuatro de la tarde ingresó en la prisión de Córdoba por orden del juez instructor, acusado de detención ilegal y simulación de delito. Unas horas antes, durante la reconstrucción de los hechos en el parque Cruz Conde de la capital, mostró la misma impasibilidad, la misma distancia; ajeno a quienes le rodeaban y al mundo. Ni los insultos ni el circo que se montó a su alrededor le hicieron mella. El médico que lo examinó nada más llegar a la cárcel se enfrentó al mismo carácter correcto y huraño, distante. El preso —sin antecedentes, sin haber pisado nunca un centro penitenciario— no le dio ninguna cancha. Cuestiones generales de salud y nada más. El doctor decidió que no se le dejara ver la televisión ni oír la radio ni leer prensa, solo revistas culturales y libros. No cree conveniente que siga las noticias de su caso. Ni el trabajador social ni el educador tuvieron más éxito.

Bretón está clasificado como interno con riesgo de suicidio, de ahí que desde el viernes le acompañe un preso de día y otro de noche; se ha acordado que puede pasar en el patio entre cuatro y seis horas, según la disponibilidad que tengan los funcionarios para controlarlo. Todo el mundo en la prisión tiene claro que no se puede quedar solo.

«A veces contesta, pero la mayoría del tiempo calla, tiene la mirada perdida continuamente y no se inmuta; no pierde la calma le digan lo que le digan», explican quienes han estado con él estos días. Le muestran fotos de sus pequeños, las mira y calla. Ni una lágrima, ni un aspaviento. Amabilidad y calma. Habla de su matrimonio, que hacía agua desde hace un mes, como de una pareja modélica. Admite que fue Ruth Ortiz, su esposa, la que no quiso continuar, pero ni un asomo de desprecio u odio en sus palabras.

Durante la búsqueda pidió pizza y otras fruslerías en varias ocasiones; entró y salió en la casa de la parcela varias veces, sembrada de fotos, dibujos y juguetes de sus hijos, montañas de juguetes algunos sin desembalar. A quienes estaban allí, se les encogía el corazón. A José no parecía importarle. Preguntó un par de veces cuándo se marchaban porque quería ver el fútbol. Los agentes aseguran que no es habitual cruzarse con un detenido así. No ha aportado ni una sola pista. Cuando le preguntaban si había matado a sus hijos tampoco se alteraba. Su abogado, de hecho, va a esgrimir como defensa el trastorno bipolar que parece sufrir Bretón.

La Policía no cree que vaya a derrumbarse, de ahí que sigan buscando sin tregua. Primero en las zonas más cercanas de «Las Quemadillas» —no fue más lejos, según su teléfono—, pero quizá disimuló y lo dejó en ese lugar. Mañana, si los niños no han aparecido se replantearán aspectos de la investigación. La esperanza de que Ruth y José, a quienes su padre se llevó de la casa de los abuelos y que ese día no comieron, aparezcan con vida es casi nula.


Las dos caras de José Bretón

El abogado prepara el recurso contra el autode prisión

LOS OJOS IMPÁVIDOS Y LA MIRADA PERDIDA DENOTAN QUE SE MANTIENE SERENO ANTE LA SITUACIÓN ADVERSA Y AUSENTE FRENTE A LA REALIDAD.
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