
Así se explica que tras unas ayudas de 110.000 millones de euros el Estado heleno esté prácticamente en la quiebra y tenga necesidad de un segundo rescate con el fin de evitar la suspensión de pagos. Grecia consiguió ayer el visto bueno de las autoridades internacionales para desbloquear 12.000 millones de las ayudas ya concedidas y obtener otro paquete de 60.000 millones para cubrir gastos adicionales en 2012 y 2013, ya que el país no podrá acudir a los mercados a refinanciarse debido a los intereses prohibitivos que exigen los inversores para comprar bonos griegos. A cambio, el Gobierno de Papandreu se compromete a reducir el gasto público pero, sobre todo, se ve obligado a un auténtico desmantelamiento del Estado, al tener que privatizar servicios públicos como correos, ferrocarriles, puertos y aeropuertos, o negocios como los casinos y las frecuencias radioeléctricas. En total, debe recaudar 78.000 millones de euros hasta 2015 para reducir el déficit del 10,5% al 3% del PIB en tres años. ¿Bastará con esto o será sólo el segundo escalón de una escalera que conduce al abismo?
El premio Nobel Joseph Stiglitz afirmó ayer durante su intervención en las jornadas del Círculo de Economía que los rescates son contraproducentes: «Se traspasa la deuda del sector privado al Gobierno, que tiene que responder con recortes que se trasladan a los ciudadanos. Esa austeridad provoca una caída general de salarios, de consumo y de impuestos que no hace sino empeorar las cosas». Los disturbios de estos días en Atenas, con agresiones a parlamentarios incluidas, prueban que en este caso tiene razón, porque el país vive un clima de tensión que puede desembocar en un estallido social.
Por eso, cabe plantearse si tras la experiencia fallida del primer rescate, no hubiera sido más conveniente permitir a Grecia una reestructuración de su deuda. Muchos expertos consideran que una quita aliviaría la pesada carga financiera que soporta la economía, por lo que podría estimular la inversión y el consumo públicos y privados y hacer que el país volviera a crecer.
El gran problema de la reestructuración es su repercusión en la banca europea, a la que ocasionaría grandes pérdidas. Sólo las entidades alemanas y francesas tienen comprometidos alrededor de 80.000 millones de euros en deuda helena. Una cantidad que los analistas estiman «manejable», pero que los gobiernos respectivos consideran muy peligrosa para los balances de las entidades. El Gobierno griego hubiera preferido la segunda solución, pero la UE ha optado por la menos gravosa para Europa y su banca, aunque sea la más perjudicial para los ciudadanos de aquel país. Unos ciudadanos, eso sí, malacostumbrados por gobiernos despilfarradores.
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Gobierno, patronal y sindicatos tenían cinco millones de razones para llegar a un acuerdo que pusiera punto final a una legislación obsoleta y corporativista, y han sido incapaces de hacerlo.
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