
Vamos a dejar al margen la cualidad providencial de un hombre capaz de distinguir el estado de ánimo de todos y cada uno de los asistentes a sus mítines para fijarnos en la argumentación según la cual es posible sustituir la legitimación de una verdadera elección en primarias -voto libre, directo y secreto- por la percepción íntima y personal del respaldo de «miles de dedazos». No es necesario advertir que todas las personalidades autoritarias y dictatoriales de la Historia se sentían aclamadas por el pueblo allá por donde iban y por ello no necesitaban convocar elecciones para continuar en el poder.
La argumentación remite a las dificultades que tiene a menudo Rubalcaba para aceptar las reglas básicas de la democracia. Recordemos aquella defensa de la reforma legal para quitar a los acusados de maltrato la custodia de sus hijos. «Los derechos de los menores están por encima de la presunción de inocencia». O esta otra más reciente para justificar su incumplimiento de las instrucciones de la Junta Electoral sobre los acampados en Sol: «La Policía está para resolver problemas, no para crearlos». Curiosa visión según la cual el cumplimiento de la legalidad «es un problema».
Rubalcaba no tendría por qué esgrimir argumentos escasamente democráticos para justificar su solitaria candidatura en las primarias. Bastaría con que dijera la verdad: en este momento de zozobra, el PSOE considera prioritaria la unidad y por ello sacrifica el valor de la democracia interna.
Para vestir la farsa, Rubalcaba anunció una intensa gira por las agrupaciones socialistas de media España para pulsar el sentir de los militantes. Cantabria, Asturias y Cataluña serán sus primeros destinos. Llegamos aquí a un debate que está llamado a prolongarse. ¿Debe Rubalcaba dejar sus cargos en el Gobierno para centrarse en su campaña como candidato del partido?
Fernández Vara, el primer barón que se puso a su disposición, dijo en el Comité Federal que era «indiscutible» que debía «aliviarse» del «cúmulo de responsabilidades que tiene». Se trata de un tema opinable. El único antecedente es el de Rajoy, que dejó la Vicepresidencia del Gobierno cuando Aznar le designó sucesor. Si Zapatero quiere mantenerle como portavoz y vicepresidente corre el peligro de que los españoles acaben aburriéndose de la exposición mediática diaria de su sucesor. Allá él. Sin embargo, no puede ser ministro del Interior, un puesto desde el que deben llevarse a cabo políticas de Estado. Y ello incluye, sobre todo, garantizar la exquisita neutralidad de las Fuerzas de Seguridad. Rubalcaba no está en condiciones de garantizarla porque, como hemos visto, tiene dificultades para distinguir lo que es democrático y lo que no. Y, naturalmente, puede acabar confundiendo los intereses de su partido con los del Estado.
epsimo y EL MUNDO______________________
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