Zapatero, la década ominosa
Al cumplirse el décimo aniversario de la elección de Zapatero como secretario general del PSOE es inevitable comparar estos diez años de su liderazgo, con la década ominosa, cuando tras el trienio liberal en los que rigió la Constitución de Cádiz, llegó a España la pesadilla de Fernando VII.
No es una exageración nuestra: es vox populi en la calle; lo dicen casi cinco millones de españoles que están a la intemperie por su culpa; lo dicen los mercados de valores –termómetros ciegos nada sospechosos porque no entienden de ideología–; lo dicen las encuestas, donde ya se insta a un adelanto electoral para evitar más catástrofes; y lo dicen quienes tienen perspectiva para juzgar: historiadores como el hispanista Stanley G. Payne que hoy en LA GACETA denuncia el nihilismo ideológico de quien no tiene otro objetivo que “deconstruir instituciones”.
Muchas expectativas despertó Zapatero en el Congreso Federal de 2000 cuando los renovadores del PSOE propiciaron su victoria, y se presentó como una suerte de tercera vía. Pero el espejismo del Tony Blair hispano se deshizo después del 11-M y su imagen fue rápidamente sustituida por una caricatura más ajustada a la realidad: Pinocho. ZP ha culminado sus diez años de liderazgo de la izquierda española llevando a España a una situación tan negativa que es difícil encontrar precedentes para el caso, lo que es especialmente grave si se piensa que heredó una economía en crecimiento. Desde 1996, bajo los Gobiernos del PP, España había alcanzado tales cotas de bienestar que a muchos parecía que hubiésemos entrado en una nueva etapa de nuestra historia. Todo eso comenzó a truncarse en 2004: tras unos días de terror y de espanto, en los que el PSOE dio buena muestra de lo que entiende por solidarizarse con la política antiterrorista del Gobierno cuando él está en la oposición.
El dirigente del talante y el diálogo dio pronto muestras de lo que iba a ser una de las constantes de su gestión: la política de gestos. Como para confirmar la buena impresión que de él se tenía tras no haberse levantado a saludar la bandera americana en el desfile de las Fuerzas Armadas, retiró a toda prisa nuestras tropas de apoyo a la pacificación del Irak sin importarle ni poco ni mucho los costes del desaire a nuestros aliados. Es necesario reconocer que en esto no ha cambiado: el Maquiavelo de León se muere por una imagen, por una cita, por un retruécano. Como dicen quienes le conocen bien, no hará nunca un mal gesto ni una buena acción.
Durante su primera legislatura, Zapatero ha podido creerse, como la mosca posada en la cabeza de un elefante, que controlaba la situación. Una economía lanzada, pero necesitada de ajustes y medidas de prevención, le permitió iniciar una alocada carrera de gasto para comprar adhesiones y sugerir a los electores que todas las carencias y los problemas eran, únicamente, consecuencia de la tacañería y la avaricia de la derecha. Al tiempo que vaciaba la despensa, convencido de que alguien volvería a llenarla a tiempo, dedicó todos sus esfuerzos a diseñar una España en la que la derecha no pudiese gobernar jamás, reescribió la Transición y destruyó su legado, al jugar a dividir a los españoles. El Pacto del Tinell fue el anuncio de esa política sectaria y diametralmente opuesta a las bases de nuestro sistema constitucional. Sus dos grandes realizaciones fueron el mal llamado proceso de paz con ETA, que ahora está conociendo una segunda oportunidad, y el Estatuto de Cataluña. El primero acabó con la voladura de la T4, crimen que Zapatero consideró como mero accidente. La farsa del Estatut está dando estos días sus últimos coletazos, pero no hay que descartar que un presidente tan obstinado trate de convertir el palmetazo que le ha propinado el Tribunal Constitucional en una nueva fuente de dádivas para quienes llevan la batuta, los nacionalistas.
Carente de otro proyecto que los experimentos de ingeniería social dictados por corrientes como la ideología de género, lanzado a guiños a las minorías subsidiadas, ha tratado de ocultar su falta de solvencia con demagogia sexual y fuegos de artificio. Y en la segunda legislatura se ha topado con la mayor crisis de nuestra historia. Pero, demostrando lo que daba de sí, negó persistentemente la existencia del problema, eludió su responsabilidad, e intentó venderse como el autor de las medidas que los mandatarios internacionales decidieron poner en práctica, mientras nuestro poeta seguía gastando el dinero que no tiene en reparar los bordillos en inútiles esquinas. Sólo la insólita intervención de Obama y de Merkel ha conseguido que sea capaz de enfrentarse, tarde y mal, a la espantosa situación de crisis y de deuda que ha generado su frivolidad.
Zapatero no sólo ha conseguido destruir una situación económica muy sólida, sino que ha vaciado de contenido político al Partido Socialista, hasta el punto de que muchos de sus conmilitones no saben qué hacer con él (sotto voce, claro, porque no se juega con las cosas de comer). Y se ha granjeado la enemiga de parte de la izquierda –como reflejan los sondeos–, debido en parte al haraquiri ideológico que implican sus contramedidas comenzando por el pensionazo y el funcionariazo. Además ha condenado al PSC a ser una caricatura nacionalista de lo que siempre ha sido. Aunque sus acciones parezcan apuntar diversos objetivos, la permanencia en el poder es y será su única estrella. Ahora trata de oficiar de líder que se inmola por la salud de todos: es únicamente la penúltima careta d e un líder astuto, cínico, vacío y peligroso.
Muchas expectativas despertó Zapatero en el Congreso Federal de 2000 cuando los renovadores del PSOE propiciaron su victoria, y se presentó como una suerte de tercera vía. Pero el espejismo del Tony Blair hispano se deshizo después del 11-M y su imagen fue rápidamente sustituida por una caricatura más ajustada a la realidad: Pinocho. ZP ha culminado sus diez años de liderazgo de la izquierda española llevando a España a una situación tan negativa que es difícil encontrar precedentes para el caso, lo que es especialmente grave si se piensa que heredó una economía en crecimiento. Desde 1996, bajo los Gobiernos del PP, España había alcanzado tales cotas de bienestar que a muchos parecía que hubiésemos entrado en una nueva etapa de nuestra historia. Todo eso comenzó a truncarse en 2004: tras unos días de terror y de espanto, en los que el PSOE dio buena muestra de lo que entiende por solidarizarse con la política antiterrorista del Gobierno cuando él está en la oposición.
El dirigente del talante y el diálogo dio pronto muestras de lo que iba a ser una de las constantes de su gestión: la política de gestos. Como para confirmar la buena impresión que de él se tenía tras no haberse levantado a saludar la bandera americana en el desfile de las Fuerzas Armadas, retiró a toda prisa nuestras tropas de apoyo a la pacificación del Irak sin importarle ni poco ni mucho los costes del desaire a nuestros aliados. Es necesario reconocer que en esto no ha cambiado: el Maquiavelo de León se muere por una imagen, por una cita, por un retruécano. Como dicen quienes le conocen bien, no hará nunca un mal gesto ni una buena acción.
Durante su primera legislatura, Zapatero ha podido creerse, como la mosca posada en la cabeza de un elefante, que controlaba la situación. Una economía lanzada, pero necesitada de ajustes y medidas de prevención, le permitió iniciar una alocada carrera de gasto para comprar adhesiones y sugerir a los electores que todas las carencias y los problemas eran, únicamente, consecuencia de la tacañería y la avaricia de la derecha. Al tiempo que vaciaba la despensa, convencido de que alguien volvería a llenarla a tiempo, dedicó todos sus esfuerzos a diseñar una España en la que la derecha no pudiese gobernar jamás, reescribió la Transición y destruyó su legado, al jugar a dividir a los españoles. El Pacto del Tinell fue el anuncio de esa política sectaria y diametralmente opuesta a las bases de nuestro sistema constitucional. Sus dos grandes realizaciones fueron el mal llamado proceso de paz con ETA, que ahora está conociendo una segunda oportunidad, y el Estatuto de Cataluña. El primero acabó con la voladura de la T4, crimen que Zapatero consideró como mero accidente. La farsa del Estatut está dando estos días sus últimos coletazos, pero no hay que descartar que un presidente tan obstinado trate de convertir el palmetazo que le ha propinado el Tribunal Constitucional en una nueva fuente de dádivas para quienes llevan la batuta, los nacionalistas.
Carente de otro proyecto que los experimentos de ingeniería social dictados por corrientes como la ideología de género, lanzado a guiños a las minorías subsidiadas, ha tratado de ocultar su falta de solvencia con demagogia sexual y fuegos de artificio. Y en la segunda legislatura se ha topado con la mayor crisis de nuestra historia. Pero, demostrando lo que daba de sí, negó persistentemente la existencia del problema, eludió su responsabilidad, e intentó venderse como el autor de las medidas que los mandatarios internacionales decidieron poner en práctica, mientras nuestro poeta seguía gastando el dinero que no tiene en reparar los bordillos en inútiles esquinas. Sólo la insólita intervención de Obama y de Merkel ha conseguido que sea capaz de enfrentarse, tarde y mal, a la espantosa situación de crisis y de deuda que ha generado su frivolidad.
Zapatero no sólo ha conseguido destruir una situación económica muy sólida, sino que ha vaciado de contenido político al Partido Socialista, hasta el punto de que muchos de sus conmilitones no saben qué hacer con él (sotto voce, claro, porque no se juega con las cosas de comer). Y se ha granjeado la enemiga de parte de la izquierda –como reflejan los sondeos–, debido en parte al haraquiri ideológico que implican sus contramedidas comenzando por el pensionazo y el funcionariazo. Además ha condenado al PSC a ser una caricatura nacionalista de lo que siempre ha sido. Aunque sus acciones parezcan apuntar diversos objetivos, la permanencia en el poder es y será su única estrella. Ahora trata de oficiar de líder que se inmola por la salud de todos: es únicamente la penúltima careta d e un líder astuto, cínico, vacío y peligroso.
Es muy evocadora la palabra que han elegido los socialistas para el cumplecargos de Zapatero, camino, se hace camino al andar, el viaje es el camino, por el camino verde (ecologista, por supuesto).
No hay comentarios:
Publicar un comentario