jueves, 3 de febrero de 2011

A la vejez, barrotes

Hace décadas que en nuestra querida y avanzada sociedad occidental, las tres generaciones de una familia no suelen convivir juntas.

Probablemente, fue la generación de nuestros padres la última que vio las residencias de ancianos como un lugar demasiado frío y ajeno, como para que quienes les habían criado acabaran allí sus días. Hoy es, sin embargo, de lo más normal que, cuando uno de los padres se queda solo, es decir, sin su pareja, y empieza a tener problemas para vivir de forma independiente en la que siempre fue su casa, acabe compartiendo la larga cotidianidad de su retiro con un cuidador o una cuidadora, o bien empaquetando sus recuerdos para trasladarse a un asilo. Las cosas han cambiado mucho. Ahora, por ejemplo, las mujeres sexagenarias están mucho más estupendas que nuestras madres a los cuarenta, y nadie piensa en la palabra abuela cuando contempla el brillante cutis de Tita Cervera o la esbelta figura de Nati Abascal, a pesar de que ambas se acercan ya a los 70.

Hay también una gran mayoría de abuelos, ágiles y despiertos, que se han visto obligados a cancelar sus subvencionados viajes a Benidorm, sus entretenidas tardes de bingo e, incluso, sus noches de baile en locales de toda la vida, para atender, con esa responsabilidad que les caracteriza, a sus adorados nietos. Eso sí, los reciben en casa cada mañana o se trasladan ellos a la de los niños, pero, acabado el turno laboral de los padres, cada uno en su casa y Dios en la de todos.

En el caso de Oriente, la sensación era la de que, a pesar de la invasión de la moda occidental, nunca se perdería la milenaria tradición de venerar a los más ancianos. Que por muchos MacDonald que se abrieran y por muchas manías exportadas desde la modernidad que contagiaran a los jóvenes orientales, la ancestral costumbre de reunir bajo un mismo techo a tres generaciones de una familia estaba garantizada y marcada a fuego en los genes. Sin embargo, todo se pega menos la hermosura. Y tanto en China como en Japón, ya andan las autoridades buscando medios que sirvan para conjugar el individualismo reinante con la debida atención hacia aquellos que, después de trabajar durante toda su vida, se ven ahora alejados de sus descendientes, quienes dejaron hace mucho de creer y de interesarse por complacer a los espíritus ancestrales a través del respeto hacia sus mayores.

En Japón, las autoridades han empezado a ser conscientes del radical cambio de valores y, en definitiva, de modo de vida, a través del informe anual de la policía. Y, desde luego, esto es lo primero que llama la atención. La estadística señalaba que en 2010, una de cada cuatro personas detenidas por hurtar era mayor de 65 años. Una cifra más que llamativa, sobre todo, comparándola con la de 1986, el año en que empezaron a confeccionarse este tipo de estadísticas, y que daba un resultado bien distinto: solo uno de cada veinte japoneses detenidos por hurto era mayor de 65. ¿La crisis financiera global impide a los ancianos llegar a fin de mes? Parece totalmente descartado en la mayoría de los casos. Los ancianos reconvertidos en ladrones ni siquiera estaban interesados por el valor de aquello que sustraían. Su interés era otro, el de ser pillados infraganti y dar con sus solitarios y desgastados huesos en la cárcel.

Debió extenderse la voz de que los módulos de las prisiones destinados a los presos más veteranos, y no precisamente por un dilatado pasado delincuente, no eran una mala solución para ayudar a lidiar con las dificultades de los últimos años de la vida. Tres comidas al día, un firme techo bajo el que cobijarse cada noche, compañía asegurada de otros paisanos en la misma situación y funcionarios de prisiones reciclados en especialistas en geriatría, han provocado que las cárceles del país nipón estén cada vez más solicitadas por quienes, además del paso de los años, sienten el peso de la soledad. De modo que, en los últimos tiempos, las autoridades japonesas han tenido que adaptar las instalaciones carcelarias para esta nueva e inesperada población, como en la prisión de Onomichi, cercana a Hiroshima, donde ya han rehabilitado una planta entera para poder atender a sus necesidades

Por otra parte, en China, claro, no parece que la cárcel sea una opción recomendable, por muy alto que sea el grado de desamparo que un ciudadano experimente, así es que allí, lo que se prepara a marchas forzadas es una reforma legal que sirva para poder castigar a los hijos adultos que no visiten a sus padres ancianos. “Los familiares no han de ignorar o aislar a los mayores, y deben visitarlos frecuentemente si no viven bajo el mismo techo”, señala uno de los epígrafes de la nueva ley que anuncian las autoridades de un país en el que, debido a la política del hijo único, el porcentaje de la tercera edad es cada vez mayor y donde el sistema de seguridad social cubre solo a una pequeña parte de la población. Un verdadero problema, probablemente el único que podría amenazar seriamente la fuerte economía del gigante asiático.

El Imparcial______________

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